miércoles, 31 de diciembre de 2008
When it's exactly twelve o'clock that night...
martes, 30 de diciembre de 2008
Joy
lunes, 29 de diciembre de 2008
Mistletoe
Mr. Isaac Hayes (aka Chef de South Park) consigue, con más estilo que su colega Barry White, subir unos cuantos grados la temperatura navideña.
Tal día como hoy...
domingo, 28 de diciembre de 2008
River
Tal día como hoy, hace unos años colgué una (estupenda) versión de esta canción por Robert Downey Jr, y me reprocharon haberla preferido al original (maravilloso) de Joni Mitchell. Lo cierto es que no la tenía, y esta es una navidad tan buena como cualquier otra para reparar el pequeño entuerto.
Nunca las notas de Jingle Bells han sonado tan desoladoramente tristes como en ese arranque.
sábado, 27 de diciembre de 2008
viernes, 26 de diciembre de 2008
Bells
No había escuchado esta canción hasta el año pasado, y ahora me la encuentro por todas partes...
Tal día como hoy
jueves, 25 de diciembre de 2008
miércoles, 24 de diciembre de 2008
Sleep in heavenly peace
Tal día como hoy...
martes, 23 de diciembre de 2008
Come, they told me...
El dúo más improbable que se ha visto junto a una chimenea. Bing Crosby, en cardigan y pipa, recibe a un David Bowie con el pelo aplastadito para la ocasión pero pintado como una puerta. El diálogo no puede ser más acartonado, pero cuando se ponen a cantar, contra todo pronóstico, empastan como los ángeles.
Tal día como hoy...
lunes, 22 de diciembre de 2008
Si no fuera...
Esta su casa en el aire retoma una tradición interrumpida de felicitarles las fiestas con una canción al día (siempre que los duendes de la informática lo permitan). Para empezar, el hallazgo del año pasado: sentimental y facilona, si quieren, pero directa al hígado. No en vano Martínez Ares echó los dientes escribiendo comparsas de carnaval. Y Raphael... Raphael es el más grande. No se pierdan la gloriosa pirueta autorreferente del final.
sábado, 13 de diciembre de 2008
Así está el patio
No hay más preguntas, señoría.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Casualidades
I've seen a priest, so poor he hasn't a change of trousers, working fifteen hours a day from hut to hut in a cholera epidemic, eating nothing but rice and salt fish, saying his Mass with an old cup -a wooden platter. I don't believe in God and yet I'm for that priest.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Lo obvio
Es algo mucho más obvio que uno lleva diciendo desde que empezó a gobernar Rodríguez Zapatero, algo que el exabrupto de Tardá no revela (siempre ha estado claro) pero sí que señala con innegable claridad. Que no tiene ningún sentido gobernar un estado con un partido cuyo objetivo es la destrucción de ese estado, que no se puede administrar el orden constitucional con un partido que sólo aspira a desmontarlo, que basta una brizna de sentido común para entender que con ERC no se puede organizar un proyecto de gobierno. Que hace falta un mínimo de principios compartidos (como el que existe entre PSOE y PP, por ejemplo) para gobernar juntos, que ese mínimo no existe entre PSOE y ERC a no ser que uno de los dos renuncie a todo. Y que no es excluyente ni antidemocrático manifestar esta obviedad: el lugar de los partidos secesionistas sólo puede ser la oposición más o menos marginal, hasta el día en que consigan una mayoría nacional suficiente para proceder, legítimamente, a desmontar el estado tal como su programa prevé.
martes, 9 de diciembre de 2008
Bombay
I once asked a Muslim man living in a shack without indoor plumbing what kept him in the city. “Mumbai is a golden songbird,” he said. “It flies quick and sly, and you’ll have to work hard to catch it, but if you do, a fabulous fortune will open up for you”. The executives who congregated in the Taj Mahal hotel were chasing this golden songbird. The terrorists want to kill the songbird.
(...) they would have grown up watching the painted lady that is Mumbai in the movies: a city of flashy cars and flashier women. A pleasure-loving city, a sensual city. Everything that preachers of every religion thunder against. It is, as a monk of the pacifist Jain religion explained to me, “paap-ni-bhoomi”: the sinful land.
(...)They attacked the open-air Cafe Leopold, where backpackers of the world refresh themselves with cheap beer out of three-foot-high towers before heading out into India. Their drunken revelry, their shameless flirting, must have offended the righteous believers in the jihad.
De vez en cuando es necesario decir esas cosas en voz alta, no vaya a ser que los predicadores de toda laya (pienso no sólo en los sádicos asesinos sino también, sin que esto signifique en absoluto meterlos en un mismo saco, en Ratzinger obsesionado con lo que él llama relativismo, en Naomi Klein flagelándonos a todas horas por gustarnos el lujo, en los nostálgicos de no sé qué terruños primigenios) tomen nuestro distraído silencio por un asentimiento avergonzado. Hay una irritante asimetría aquí: en nuestro modesto sueño hay sitio de sobra para monjes, ascetas y hasta nacionalistas vascos; en los sueños de ellos, en cambio, no cabemos nosotros. Con eso debería bastar para elegir sueño o bando.
Mehta propone para el día siguiente a las bombas esta alternativa: Make a killing not in God’s name but in the stock market, and then turn up the forbidden music and dance; work hard and party harder. No me parece un mal plan.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
A las once en casa, ossia la virtù ricompensata
Queda inaugurado en esta casa el mes Caballé. Porque sí.
sábado, 8 de noviembre de 2008
Pequeño comercio
Nada más salir, a la izquierda, está el agujero inverosímil (apenas un portalillo) que regentan las Gnomas. Siempre de guardia a la puerta como espíritus tutelares de la calle, bajitas, infladas al borde de la deformidad, con sus caras de luna atezadas por la vida a la intemperie y erizadas de tremendos pelos en lugares donde ni los osos los tienen, las dos hermanas mellizas se turnan (es raro verlas juntas) en su tarea de vigilancia y control urbano, interrumpida raras veces por alguna ocasional transacción. La familia que las acompaña es variable en número e inextricablemente compleja en sus relaciones mutuas. Hay una anciana que suponemos ser la madre, aunque ni la menor sombra de parecido (si exceptuamos el bigote) autoriza tal presunción; no parece, en cualquier caso, ejercer ningún tipo de autoridad sobre las hermanas; se sienta sin rechistar en una silla de enea en el interior, dejando la ocupación de la acera para la Gnoma de turno.
Gnoma Uno (en adelante Gnoma Buena) atiende normalmente en solitario, aunque no es raro verla acompañada de uno o varios niños de vecinos. Tiene una sonrisa fácil y abarcadora, una benevolencia genérica que convierte su tramo de acera en una isla de placidez y buenos propósitos. Nunca he intercambiado con ella más de cuatro palabras, pero cuento siempre con su saludo afectuoso de gallina clueca; además, como cada vez que me pongo guapo me mira al pasar con ojillos chispeantes (y una vez que me puse smoking me siseó), no negaré que siento debilidad por ella.
A Gnoma Dos (en adelante Gnoma Dos) la acompaña en cambio un hombre anodino, de edad indefinida y constantes vitales próximas a la hibernación, un pasmarote que resulta inverosímil como marido pero no menos difícil de ubicar en cualquier otro rol. Jamás lo he visto contribuir en lo más mínimo al negocio (la bienintencionada hipótesis de que su presencia tenga una función intimidatoria se desvanece nada más echar un vistazo comparativo a los negros como montañas de los que teóricamente tendría que proteger el puesto), y aunque con ciertos parroquianos escogidos es capaz de desplegar una arrolladora charlatanería, lo normal es que permanezca encerrado en un mutismo al que hay que reconocerle la carencia total de hostilidad.
Ya es bastante hostil Gnoma Dos, para el caso. Tiene prácticamente los mismos rasgos de su hermana, pero resulta imposible confundirlas; como en los cuentos infantiles, su personalidad se construye por oposición y se refleja sin distorsiones en la expresión de la cara. Tan hosca y antipática como acogedora es la hermana, uno cruza de acera para evitar el trance de quedarse a medio saludo, congelado por una mirada de completa indiferencia. ¿Reserva quizá sus afectos para el núcleo familiar? Lo dudo; rara vez se le ve una muestra de interés humano, y hay que tener en cuenta que este extraño grupo pasa la mayor parte del día en su pequeño escenario, a la vista de todos.
Hay además una mujer viejísima que vive enfrente, asomada siempre que la salud se lo permite a la ventana de un bajo (cuando no está queda en el alféizar, como inquietante recordatorio, un muñeco incongruente, un bebé negro de ojos revirados). No está claro que pertenezca a la familia, pero Gnoma Buena tiene con ella ternuras de nieta preferida. El otro día la llevaba de paseo en silla de ruedas: en cuanto vio hueco en la acera se puso a corretearla: la vieja, rapada y minúscula, se reía con ojos de niña pequeña; GB, embalada, con la sonrisa de lado a lado, sacó tiempo para hacerme un saludito jubiloso con la ceja.
En lo que no se distinguen las hermanas es en la rapacidad. Los precios, como suele pasar en estas tiendas, van en función de la necesidad. Por una lata de cerveza un domingo de partido me cobran más de lo que me cuesta el satélite, y el hielo (nunca he conseguido que me llegue el hielo hasta el final, en las fiestas) se lo acabo pagando sin rechistar a precio de gin-tonic. Nunca tienen lo que uno quiere, y el sucedáneo cuesta el doble. El pan es de anteayer y las latas de conservas perennes en su estante (¿quién va a comprar berberechos de urgencia?) aparecen coronadas de una herrumbre más flagrante que sospechosa. Aunque es fácil y seguramente merecido el elogio del pequeño comercio, y aunque esta tiendecilla en particular sea completamente irrepetible con sus carteles recortados de embalajes y escritos a mano (“No se fía”, “Hay tabaco”), su tablón de anuncios gratuito que ML llama el internet del barrio y su insondable almacén bajo alguna escalera en que se adentran las Gnomas para salir al cabo del rato con las manos vacías, lo cierto es que uno, con toda la mala conciencia que se quiera, no ve la hora de que abran un Opencor.
lunes, 20 de octubre de 2008
Escaleras
miércoles, 15 de octubre de 2008
jueves, 25 de septiembre de 2008
Oro
Un personaje de Kawabata recuerda en su lecho de muerte una danza perfecta que contempló hace años:
¡Demos gracias porque la luz de Buda ha brillado! Para Kuretake, la maestra de danza, la luz de Buda es la luz del arte… Cuando contemplo el rayo de luz de una obra de arte desaparecen todos los sufrimientos.
jueves, 18 de septiembre de 2008
Enfoque
martes, 16 de septiembre de 2008
Populismo
Conservatism was once a frankly elitist movement.
Conservatives stood against radical egalitarianism and the destruction of rigorous standards. They stood up for classical education, hard-earned knowledge, experience and prudence. Wisdom was acquired through immersion in the best that has been thought and said.
But, especially in America, there has always been a separate, populist, strain. For those in this school, book knowledge is suspect but practical knowledge is respected. The city is corrupting and the universities are kindergartens for overeducated fools. The elitists favor sophistication, but the common-sense folk favor simplicity. The elitists favor deliberation, but the populists favor instinct.
This populist tendency produced the term-limits movement based on the belief that time in government destroys character but contact with grass-roots America gives one grounding in real life. And now it has produced Sarah Palin.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Gallardón sobre Educación para la Ciudadanía
Una vez más constato que los grandes partidos se tienen que estirar hasta el absurdo para contentar a muchos. Por eso mola UPyD.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Envidia
jueves, 11 de septiembre de 2008
Back to reality
Hoy otra vez en lo de todos los días. Eso sí, con la piel como el culito de un bebé.
jueves, 28 de agosto de 2008
Una apasionada defensa
¡Es cierto que el toro no quiere combatir, pero no porque sea contrario a su naturaleza el combatir sino porque es contrario a su naturaleza el querer!
viernes, 1 de agosto de 2008
Qutub al-minar
jueves, 31 de julio de 2008
Una idea simpática
martes, 15 de julio de 2008
¿Divino tesoro?
Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo: empeño a cuya realización me espolea una certidumbre firmísima, y no el capricho de ejecutar una zalagarda ideológica o atolondrada travesura del intelecto. Pienso probar que la personalidad es una trasoñación, consentida por el engreimiento y el hábito, mas sin estribaderos metafísicos ni realidad entrañal. Quiero aplicar, por ende, a la literatura, las consecuencias dimanantes de esas premisas, y levantar sobre ellas una estética, hostil al psicologismo que nos dejó el siglo pasado, afecta a los clásicos y empero alentadora de las más díscolas tendencias de hoy.
No es el niño Prada, no. Es Borges, nada menos: un Borges adolescente con todos los pecados de la adolescencia hinchados hasta la exasperación (del lector) por el talento natural: pedantuelo, pagado de sí mismo, empeñado en sorprender con cada palabra, indigestado de ideas de cuarta mano. Inquisiciones, un libro estomagante hasta no poderlo acabar. No es raro que el maestro lo proscribiera, ni se entiende bien que Alianza lo incluya en el catálogo.
Si el más grande escribió alguna vez así, hay esperanza para todos nosotros.
domingo, 13 de julio de 2008
Autopublicación
lunes, 7 de julio de 2008
Facilidad
A mí lo que se me da mejor son los hallazgos verbales que sintetizan ideas en una fórmula resultona: en seguida se me ocurre que el problema empieza cuando el recurso se convierte en discurso. Por eso mismo no lo digo en voz alta.
viernes, 4 de julio de 2008
martes, 24 de junio de 2008
Con respeto
a las casas, en efeto,
del Concejo; y con respeto
un par de grillos le echad
Y aquí, para entre los dos,
si hallo harto paño en efeto,
con muchísimo respeto
os he de ahorcar, juro a Dios.
Oé, oé oé oeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeé....
miércoles, 18 de junio de 2008
Roles
El revolucionario se apoya en una visión del futuro sesgada y voluntarista, llena de buenas intenciones e incapaz de ver lo que hay de podrido en la naturaleza humana.
El reaccionario se apoya en una visión del pasado selectiva e idealista, profundamente tramposa y ciega ante el horror interminable que nos precede.
¿Sería entonces el conservador, el defensor del presente como mal menor, el único sensato? No, desde luego; el conservador se apoya en una visión del presente sesgada y selectiva que básicamente consiste en ponderar lo bien que se encuentra él.
Robert Skandrassian
Conservadurismo
En el blog de Ross Douthat, por ejemplo, leo un estupendo post sobre Burke y el alma del conservadurismo (es un tema por cierto recurrente en estos días, el alma perdida de la derecha y cómo recobrarla). Me traigo de allí una hermosa y chestertoniana definición: el conservador es
a man whose basic reaction to the given world is humble gratitude for what is good about it, rather than passionate outrage at what is bad about it
martes, 17 de junio de 2008
Mendigos
Los imponentes mendigos que presiden la escalinata del templo Jagdish de Udaipur lo ven pasar sin dedicarle siquiera un gesto, pero antes de llegar abajo se encuentra rodeado de niños sucios y malnutridos que le piden limosna con manos teatralmente extendidas y voces teatralmente lastimeras. Tras unos momentos de vacilación en que de repente se encuentra mirando las monedas como si fueran marcianas, incapaz de recordar su valor, reparte toda la calderilla que lleva. Eso apenas da para la primera fila de lo que es ya una pequeña multitud: ahora han visto que das y ya no habrá forma de acabar, piensa a la vez que se lamenta de pensarlo. Tiene billetes pero no los va a sacar, sería desproporcionado, imposible elegir a quién, por qué cien rupias a un niño y a otro nada (y a la vez se sabe mezquino, no da billetes porque no se dan billetes, porque lo normal es dar calderilla, no hay más motivos, sólo racionalizaciones). Sólo queda hacerse a la idea de que va a atravesar los doscientos metros hasta el coche acompañado de niños desesperados, o lo que es peor, de niños que fingen una desesperación verdadera.
Al pie de las escaleras del templo hay una mujer con un niño en brazos. No se ha movido mientras los críos se lanzaban al asedio, pero en cuanto ha sentido los ojos del viajero en los suyos le ha clavado una mirada durísima de sostener. Es una mujer preciosa, una belleza frágil y acuciante que no suplica ni reprocha, que ni siquiera se duele: se limita a mirar con la misma resignación incandescente que se encuentra en los ojos de las vacas. La ve acercarse mientras sigue lidiando con los niños, y sabe que va a darle el billete aunque sólo sea para cancelar el ofrecimiento mudo que está ahí, en segundo plano pero inconfundible tras la mansedumbre bovina o entrelazado con ella. Para abreviar la angustia recorre los pasos que aún los separan, le pone el billete en la mano sin mirarla a la cara y se marcha entre el griterío de los niños, consumido de una intrincada vergüenza que le hará cocerse todo el día en su propio jugo.
Definitivamente no sabe uno qué hacer con esta agobiante, ubicua, inextinguible súplica que persigue al extranjero por toda la India. Habrá quien sepa establecer una línea de conducta y atenerse a ella pero el viajero, incapaz de tal dominio de sí, se ve obligado a improvisar amontonando incoherencias cada vez que se reanuda el baile. Ante las criaturas más atrozmente castigadas por deformidades sólo se le ocurre pensar que no basta con una simple mutilación para hacerse notar entre la competencia (y cuando encuentre la misma observación en los cuadernos de Henri Michaux creerá entender que ese cinismo impostado no es más que un mecanismo de defensa ante horrores que lo superan a uno). En cambio se le pondrá un nudo en la garganta cuando se dé cuenta, en un semáforo, de que el niño que aporrea la ventanilla ignorando al chófer que trata de ahuyentarlo a gritos no es manco, sino que lleva un brazo escamoteado bajo la camiseta en torsión imposible, tal vez amarrado a la cintura. Y cuando en la subida de Amber Fort una niña de tres años se ponga a hacerle monerías aprendidas, como una pequeña putita, le entrará una angustia tan intolerable que prácticamente echará a correr cuesta arriba. La picaresca de andar por casa, el menudeo chantajista, la mano extendida tras la esmerada sonrisa de foto lo alteran más que la petición cruda y directa.
Giorgio Manganelli tiene la clase de inteligencia poliédrica y astuta que hace falta para examinar el tema sin caer en las trampas del sentimentalismo o la flagelación, ni mucho menos en la barata fascinación espiritualista que hace de las crónicas de Pasolini una lectura embarazosa a ratos.
La explanada ante el hotel está a reventar de mendigos; abundan especialmente los niños que te siguen con su zumbido de mosquitos, tenaces, insistentes, sosegados, como el que tiene todo el tiempo para vivir y para morir, incluso en una tarde. Hay algo extraño en ese modo de pedir limosna, algo espurio, casi un engaño –oh, por caridad, la miseria, las enfermedades son todas “de verdad”, pero son también algo más. Intento comprender qué sentimientos intenta provocar en mí el mendigo. El occidental es sentimental, el espectáculo de la miseria lo conmueve; sí, esto es verdad, pero no es todo; observo con atención a mis mendigos y veo que los indios los ignoran, y prácticamente los mendigos ignoran a sus conciudadanos menos desventurados. El extranjero es sentimental, ¿no? Pero hay otra cosa. Una tarde, un chavalillo que me llevaba siguiendo pacientemente al menos veinte minutos me susurró que si le “daba algo” me dejaría en paz. Eran las primeras horas de mi viaje indio, era ingenuo todavía, mi idea era que bastaba evitar al mendigo para hacerle entender que no era cuestión de insistir. La primera tarde había cambiado de acera dos o tres veces para eludir a un mendigo que ambicionaba especializarse en mi limosna. Qué error: el mío, quiero decir. Cruzando para evitarlo le había hecho comprender que estaba a disgusto, y que por tanto valía la pena insistir; porque el occidental no sólo siente piedad, no sólo es sensible a las señales de la enfermedad y es lo bastante lascivo para conocer las prevenciones del asco, sino que se inclina también a los sentimientos de culpa. Y esto el mendigo indio lo sabía, como sabía que el indio no es sensible, no se asquea, no se aburre ni conoce sentimientos de culpa.
El autor quiere penetrar en la manera india de ver el mundo y no va a dejar que los sentimientos le desvíen. Al final del párrafo llegará a una hermosa formulación: la ausencia de piedad individual hace del mundo indio un lugar trágicamente impermeable, impregnado de una dramática, incomunicable dulzura, una indiferencia sin desdén, sin remordimientos, sin indulgencia. Y uno, sin regatear la admiración por esta mirada precisa e inquisitiva, siente que no puede seguirla hasta el final, que debe quedarse con sus sentimientos de culpa, su pena y su asco, gestionarlos como pueda y decidir hasta qué punto deben aparecer o no en estas notas.
Con todo, el viajero se trae una idea de conjunto insensatamente optimista que casi le da vergüenza compartir, una idea hecha más de indicios que de realidades palpables: la sobreabundante publicidad de escuelas, el ambiente de domingo aburguesado y familiero en los parques de Delhi, los tenderetes de libros de segunda mano, la presencia masiva del turismo local en cada monumento que ha entrado a ver. Cuesta trabajo abstraerse de la montaña de miseria, de la capa de roña y desgaste que lo cubre todo, de la acumulación de cuerpos endebles dejados caer en cualquier espacio disponible, apoyados unos contra otros en espera de un autobús o de nada en particular. Más difícil aún será apreciar cambios o diferencias con un pasado que uno no conoce más que por referencias, pero desde luego este país no parece el mismo que recorrieron Pasolini o Manganelli en los setenta. Al poco de volver encontraremos la historia de unos fotógrafos suecos que vuelven al lugar donde veinte años antes hicieron un reportaje escalofriante, con camiones que pasaban al amanecer a recoger la cosecha de muertos de cada noche. Los niños que veían las fotos no reconocían su pueblo en ellas, se negaban a creerlo, tenía que ser un montaje.
¿Es posible que la India esté saliendo adelante? La idea se topa con un núcleo de resistencia mental; hemos crecido con el referente de la pobreza absoluta, el hambre irreparable, la madre Teresa. Se diría casi que nos cuesta renunciar al confort de la lástima, la condescendiente y podrida admiración por esas vidas supuestamente ajenas al materialismo, esa retórica de la sonrisa en el barro en que han caído algunos de nuestros mejores. El viajero, más libre de legañas espirituales y aquejado a cambio de una singular ceguera para todo lo malo y triste, ha visto o creído ver algo que le parece mucho más de admirar: la fe parsimoniosa y tozuda en el futuro que lleva a generaciones de padres a vivir y trabajar en condiciones espantosas con tal de darles a sus hijos la posibilidad de una vida mejor. Y no hay atavismo que pueda frenar ese empeño.
lunes, 9 de junio de 2008
Nunca es tarde
domingo, 1 de junio de 2008
Nihil novum
Bien nos dice la experiencia que cuando los Gobiernos duran mucho, todo el tráfico se paraliza, la clase menestral no tiene qué comer, aumentan los robos, las patronas y pupileras están a la cuarta pregunta, la mendicidad crece, disminuye la caridad pública, el abasto de la plaza es malo y carísimo, la carretería se estanca, los taberneros echan más agua al vino, el pueblo se entristece, bajan las rentas de Tabacos y de Loterías, nacen más chiquillos, las calles se desaniman, los sastres perecen, y toda la nación está como una novia desconsolada, a quien nadie le dice por ahí te pudras.
Dioniso en La Mancha
Si no fuese por el vino administrado, se pasaría uno la jornada blanqueando el nicho. Él barre recochuras y pone la risa a flote. Da corriente a los nervios, despabila la bellota, hace buenos a los amigos y a todas las mujeres comestibles. Enferia el corazón y lo calienta. Te llena los toneletes de leche. Deshollina el riñón, te quita peso, encarga palabras, llama chistes, caldea los ojos, ensalsa la lengua y te pone la vida como un haz de alegrones. Beber con tiento es volverse mozo, ver las corridas llenas de flores y sentir las manos con ganas de teta y los pies bailones. El vino es la sangre que mensila el gran papo del globo terráqueo. El mero caldo de la creación humana. Todo lo grande de esta vida se hizo al correr del vino. Los árboles cabezones, las mujeres caldosas, los jardines cachondos, los animales valientes, los pájaros sin ley, las perdices tintorras, la carne de cabrito desollada, el aceite que fríe, el muchacho que bulle entre pañales, la mañana que rompe la ventana, el sol que a la caída entomata los vidrios, los volcanes de yeguas desbocadas; todo lo bueno y grande de la vida es por el brío del vino.
viernes, 23 de mayo de 2008
Participación ciudadana
Pero me temo que ese último párrafo exaltado (no es que sea he visto naves arder más allá de la Puerta de Tannhauser, pero me autoconcederé que algo de pathos estético sí que tiene) no encaja con el tono que le he dado previamente al personaje. Si las descripciones que lleva haciendo toda la noche son repeticiones de tópicos de agencia de viajes, el lector tenderá a leer esta última como otra más, con la consiguiente extrañeza (en el mejor de los casos: el peor escenario es que efectivamente pase por prosa de agencia).
Alternativas:
-Que ella registre el cambio de tono y empiece a tomarse interés, antes de volver a distraerse con el espectáculo de la calle (pero odio dar explicaciones, y es un poco ridículo que un personaje haga de crítico literario del otro).
-Que sea la voz del narrador la que comente la jugada.
-Reescribir la descripción en un tono más tópico y alicorto (pero entonces no habría el fair play que yo buscaba: es necesario que lo que ella se pierde por no ir al espacio valga mucho la pena)
-Dejarlo como está y no romperme la cabeza (no es una opción, me temo).
¿Any ideas?
-De todas formas, lo mejor fue la lluvia de meteoritos en el Extremo Sur de Betelgeuse. Fue increíble, una experiencia única: quisiera poderlo describir con palabras, pero es imposible, hay que verlo. En el puesto de observación había una placa en memoria de McLeod, que estuvo allí hace siglos en una nave sub-luz. Qué bárbaro, eso sí que eran pioneros. Me llevé su libro, pero luego nunca hay tiempo de leer en estos viajes tan apretados.
-Entonces el cielo entero, pero no nuestro cielo sino una enorme bóveda rojo sangre cuajada de estrellas, comenzó a desplomarse lentamente, en silencio, como un gigantesco copo de nieve, recitó ella con voz sonámbula.
Abajo, frente a ellos (...)
-Ah, lo conoces. Parece ser que sólo se da una vez cada trescientos años. Es una lástima que no pudieras venir.
-Una verdadera lástima, dijo, soñolienta.
Puntos de vista
Acodados en la barandilla oteaban el bullicio de Times Square en la media noche. Desde hacía unos años, en Manhattan, lo último en bares era el llamado 14 feet over; los edificios del Theatre District (otra vez de moda tras la enésima reinvención) habían ido habilitando uno a uno sus primeras plantas, para después vincularlas entre sí con pasarelas que se fueron ampliando hasta convertirse en terrazas colgantes. Ahora, por las noches, una calle sobre la calle –ya había pontones sujetos por cables que cruzaban también la avenida– duplicaba el bullicio a ras de suelo, estableciendo una nada sutil división por pisos que hacía presumir a los más snobs de no tocar el suelo en varias semanas.
-Tuvimos que hacer el trayecto de tres días en el vehículo anfibio, rodeados de lava hirviente, pero desde luego merecía la pena; el cráter a la luz de las dos lunas es mucho más hermoso de lo que había podido imaginar por los folletos. Un escenario incomparable.
En verdad el entusiasmo de los turistas espaciales era la única manifestación de energía en la ciudad languideciente, pensó la muchacha, pálida y elegante en su vestido plateado; lástima que todos usaran los mismos adjetivos: la propaganda de las agencias podía ser desoladoramente monótona. De todas formas había que reconocer que el tipo traía un bronceado realmente magnífico; ¿dejaría pasar el vehículo anfibio los rayos U.V.A. o lo que fuera que irradiaran los cuatro o cinco soles de Orión?
-…la Federación está ofreciendo unas condiciones increíbles para emigrar; lástima que por ahora sólo haya demanda de obreros manuales. Sería maravilloso, ¿no crees? Un nuevo comienzo, lejos de toda esta… podredumbre.
Una sirena policial partió en dos con su agudo repentino el bloque compacto de ruido nocturno. En un minuto, justo bajo sus ojos, tres hombres de uniforme habían acorralado a un negro vestido con túnica y gorro de piel de cebra, y lo estaban apaleando rodeados de un corro de espectadores indecisos. Desde la seguridad de las terrazas con acceso vigilado, los jóvenes vestidos de fiesta se asomaban a contemplar la escena sin apenas disimular su excitación.
-¿Ves lo que te digo? -continuó él, con una nota de triunfo en la voz.– No tendría por qué ser así; en las colonias habrá una nueva oportunidad…
Ella sacó un cigarro y se quedó mirándolo como si de repente hubiera olvidado su modo de empleo. Él se precipitó a encendérselo; al saltar la llama el aire crepitó con un chisporroteo seco.
-No me acostumbro a la atmósfera ionizada; a veces pienso que era mejor la contaminación química –comentó ella con un mohín desganado. Él se rió sin entender.
-De todas formas, lo mejor fue la lluvia de meteoritos en el Extremo Sur de Betelgeuse. Resulta difícil describirlo con palabras; parecía que el cielo entero, pero no nuestro cielo sino una enorme bóveda rojo sangre cuajada de estrellas, se desplomara lentamente, en silencio, como un gigantesco copo de nieve.
Abajo, frente a ellos, una mujer deslumbrante caminaba cortando el aire con la majestad ausente de una gran duquesa en el exilio. Iba completamente vestida de blanco, desde los zapatos a la capa de armiño, y a primera vista resultaba difícil decidir a qué mezcla de razas se debían esos pómulos atezados, esos ojos verdes rasgados, inmensos. La rejilla del metro escupió una bocanada de humo justo delante suyo, y un foco del Teatro Minskoff, que debía haberse encendido especialmente para ella, silueteó su figura borrosa contra la pared oscura; nimbada de luz, hierática y perfecta, tuvo sin darse cuenta un instante de diosa. Todas las luces de los anuncios parecieron converger sobre ella; un taxista pakistaní frenó bruscamente en el cruce, con el semáforo en verde, y un mendigo que pasaba se quitó, lento y desmañado, el sombrero.
-Parece ser que sólo se da una vez cada catorce siglos. Es una lástima que no pudieras venir.
La muchacha le dedicó una sonrisa desmayada mientras apuraba el whisky que ya se le estaba aguando. Miró hacia abajo de reojo: la mujer había doblado la esquina y los luminosos volvían a brillar ajenos.
-Una verdadera lástima –dijo con voz soñolienta.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Ramoneando
-Cuando un pianista de jazz toca un piano romántico de museo se puede casi percibir el esfuerzo de cuerdas, macillos y pedales por acostumbrarse a esos ritmos que estaban en ellos pero nadie antes les había sabido sacar.
-El saxofonista, al cambiar de tenor a soprano, se entrega a una ceremoniosa rutina de desenroscar boquillas, cambiar lengüetas, meter y sacar piececillas. Uno espera que en cualquier momento se agarre la cabeza con las dos manos y empiece a darle vueltas hasta sacársela y sustituirla por otra más apta para soplar por el nuevo instrumento.
lunes, 19 de mayo de 2008
Obscenidad
El País: La muerte de García-Calvo cambia los equilibrios del Constitucional
Que habría sido hipocresía... pues claro, joder. ¿En qué se creen que consiste la civilización?
(De la imagen que se divulga de los altos magistrados como marionetas al servicio de los partidos, y de lo muy poquito que hacen ellos por desmentirla, hablamos otro día)
viernes, 16 de mayo de 2008
jueves, 8 de mayo de 2008
El paraíso en la tierra
Las tres primeras horas las pasa el viajero sin saber a dónde acudir, desbordado por el espectáculo, con los ojos amenazando salir por su cuenta a perseguir muchachas en flor. Después se va acostumbrando, centra un poco la mirada, evita las torsiones de cuello más allá de los cuarenta y cinco grados y comienza a añadir su esperable poso de reflexión al arrebato primero. Así, se le ocurre que en esta ciudad ciertos conceptos, como el de la guapa de la clase, tan importantes en nuestra formación, pierden su significado. Como lo pierde el trabajo de modelo, que lo deben hacer por turnos; frente a la iglesia de San Isaac había un equipo haciendo fotos de moda: en los segundos que tardó el viajero en pasar delante se le cruzaron dos peatonas muchísimo más guapas que la profesional. Además, son posadoras innatas; en estos días de puente universal hemos compartido colas con todo el turismo interior, y las largas esperas las amenizaba el espectáculo de las nínfulas retratándose entre sí, mirando al objetivo como si fueran a metérselo en la boca, saltando en poses de ballet, trepadas a los árboles como panteras desmañadas, emprendiéndola a lametones con los pectorales de una estatua que a duras penas conservaba su imperturbabilidad marmórea o inclinadas hacia delante, piernas abiertas, un brazo estirado abajo empujando el vuelo de la falda contra el hueco.
Pero el viajero, romanticón y etéreo, se va a quedar en el recuerdo con unos ojos: un par de ellos, concretamente, unidos a una camarera que ni siquiera era a primera vista la más atractiva en el bar lleno de niñas pijas perfectamente comestibles. Ah, amigos, si hubieran ustedes visto esos ojos azul turquesa de extensión oceánica se tragarían la sonrisita condescendiente. A cierta distancia eran simplemente maravillosos; pero cuando se inclinó a recoger el menú el viajero literalmente perdió el hilo, incapaz de recordar por unos instantes dónde estaba y qué andaba diciendo (sólo le venían a la cabeza Luga, Kaluga y Kalugano). ¿Saben ustedes eso de sumergirse, ahogarse en, ser engullido por unos ojos? Pues los tópicos, acaba descubriendo uno, llegan a serlo porque dicen la verdad.
Les dejo para terminar el corolario más importante: altos o bajos, ricos o pobres, con o sin estudios, zafios o pulidos, todos los hombres de San Petersburgo llevan al lado una mujer impresionante. No importa que seas un parado crónico y voluntario, que peses ciento ochenta kilos, que te bajes dos litros de vodka antes de desayunar o que te cambies de ropa interior cada jueves impar: siempre habrá una Natasha de dorada melena, una curvilínea Ludmila, una hechicera Svetlana que cargue contigo. Por lo que pueda servir la información, digo.
sábado, 26 de abril de 2008
Apuntes del natural
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Llevo un rato escribiendo y tachando adjetivos. Desvalidos, sí, pero no es eso. Atónitos, como pájaros deslumbrados por un foco. Abrumados, puede, pero es otra cosa lo que se ve en sus miradas. Les falta nada, un empujoncito, para echarse a reir o llorar o dar saltos. Jovial estupefacción, me quedo con esas dos palabras a falta de algo más exacto.
(Claro que no hay nadie más, cómo va a haberlo, quién puede meterse en medio de eso.)
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miércoles, 9 de abril de 2008
Un cuento chino
Los metros de la dinastía Han son flexibles y caprichosos, y la tradición proscribe la rima como propia de la lírica vulgar. El texto es, como la tinta en que está escrito, translúcido y volátil, ayuno de verbos e impreciso de contornos, de modo que el postulante no tendrá para apoyarse más que su intuición de las simpatías sutiles que se tienen las palabras, ecos que se llaman entre sí.
Muchos han probado suerte y entregado sus vidas a la gloria póstuma de una princesa que en vida no hizo nada por merecer su leyenda. Hace años que nadie sube las escaleras del templo donde monjes rapados velan por el cumplimiento de la apuesta infame. El hombre que llama ahora a las pesadas puertas no tiene nada de especial: ni un velo de fiera determinación ensombrece su mirada ni hunde sus hombros el peso de oscuras culpas. Su hablar es lento y desganado; no muestra impaciencia, pero disuade con un breve gesto al joven monje que ya empieza a recitarle las instrucciones. Las conoce bien: deberá escribir en seco, con la caña biselada, las seis palabras en los claros correspondientes del manuscrito. Si son correctas, aflorarán en color desvaído, y trasladadas en orden a un libro de claves decretarán su fortuna; si no, los espacios quedarán en blanco y será conducido al cadalso.
En el silencio circular de los monjes que han ido bajando al olor de la novedad, la punta parece rasgar el decrépito papel de arroz. El hombre tiende el papel al más cercano sin mirarlo, sin volverse. Apenas le ha tomado unos segundos. El papel circula de mano en mano hasta el superior que comprueba, transcribe y lee en voz alta:
-Que le corten igual la cabeza.
lunes, 7 de abril de 2008
Una pregunta tonta
sábado, 5 de abril de 2008
Esto de los blogs
miércoles, 2 de abril de 2008
Elogio (insuficiente) de Corinto
No son los primeros ni los últimos: parece inevitable que acaben recalando allí quienes huyen de su tierra. En esa Corinto que se adivina provincial y un tanto ramplona es fácil imaginar que el que llega exiliado se convierte en seguida, merced a sus modales más complicados y a la impronta de su ciudad de origen (que siempre se antoja en la distancia rica y brillante), en cabeza y modelo de la juventud dorada. Sus dichos, sus andares, la clámide que llevan cogida a la izquierda con un alfiler de punta cuadrada se convierten en santo y seña de los lechuguinos primero y más tarde de todo el pueblo. Así aquel capitán de infantería lacedemonio que vino, prófugo, a poner taller de herrero (lo habían condenado a muerte en consejo de guerra por beber agua fresca de un regato en el propio casco): a los dos años de llegar sus eses arrastradas se habían incorporado tan firmemente al dialecto local que nadie recordaba ya su origen.
Claro que no todos los forasteros despiertan tanto entusiasmo. En el ágora, de vez en cuando, algún arbitrista cretense o sículo atrafagado de diagramas y maquetas con piezas móviles toma la palabra y expone un sistema disparatado para romper el istmo y permitir a las naves el paso. Es una antigua idea, esa del canal, y los más viejos sacuden la cabeza sin querer hacer demasiada burla: algunos de entre ellos, de jóvenes, también lo creyeron posible y pasaron noches en vela con el ábaco y las escuadras. No es que desdeñen el progreso: bien que dieron fondos sus mayores para el experimento con las pasas cuando el lidio aquel les convenció con pruebas y cifras (y no se puede decir que fuera dinero tirado al mar: aún viven, y muy bien, de aquella decisión). Pero en general a los corintios las novedades les gustan solamente inanes y tintineantes como los brazaletes dorados, livianos como el aire, que traen de Pérgamo y Samotracia. O negras y ominosas pero inofensivas, como las historias de matanzas en reinos lejanos.
Porque esta ciudad remisa a la guerra gusta de hacerse contar batallas. Cuando aquella locura de Troya enviaron, por cumplir, apenas diez naves bajo el mando de Agamemnón (Rey de Hombres le gustaba llamarse, y no era prudente llevarle la contraria); no fue fácil reclutar las tripulaciones, hubo que recurrir a ofertas de indulto para enganchar unas docenas de ladronzuelos y timadores. Y en cambio qué rebullidora expectación, qué silencio ansioso se adueña del ágora apenas un rapsoda anuncia la enésima versión de los siete contra Tebas o las fatigas de los argonautas. Tanto más ocurre con los exiliados, testimonio vivo de guerras y leyendas; invitados en las casas principales a repetir una y otra vez las sangrientas, fascinadoras historias de maldiciones y venganzas, ¿se figurarán acaso estos forasteros que pueda brillar un punto de conmiseración irónica en los ojos –embriagados de gloria y horror ajenos– de la hija menor que más tarde, furtiva, buscará su mano en la despedida?
Pronto entrevén los exiliados -pues no es Corinto ciudad que esconda su forma de ser, como Atenas, tras complicados simulacros- la reticente prudencia que se esconde tras los rostros absortos, y seguramente comprendan lo que hay de sabio en esa actitud gracias a la cual es allí y no en Tebas ni en Argos, ni mucho menos en Esparta altiva, donde resulta posible una vida modestamente feliz y libre de inquietudes. Pero es inevitable que un hervor de sangre envenenada y vieja les termine por subir a la cabeza, y el orgullo seco de quien conoce otros refinamientos y otros abismos les amargue en la boca el sabor de los chistes repetidos y las cenas sin condimentar. Al poco de llegar ya están maquinando irse a cumplir altos destinos –a servir de alimento a los buitres y a los rapsodas.
Y sin volver la vista atrás te abandonan, oh Corinto de anchas plazas, ciudad ignorada de los poetas, tú que a falta de leyendas tienes los cuentos de las comadres sobre esposos cornudos y comerciantes tramposos, tú sede de la prosa y de los días de labor siempre iguales a sí mismos. Y no nos queda más que lamentar en Tebas, en Micenas poderosa, ahora que quisiéramos arrancarnos los ojos para no contemplar tanta sangre derramada en nuestros dormitorios, ahora que quisiéramos gritar hasta quebranos la garganta con tal de sofocar tanto aullido de dolor como sale de nuestras mansiones, que tus encantos sencillos no bastasen para retener a estos malnacidos seductores, a estos negros cuervos portadores de desdicha, a estos imberbes vástagos de estirpe real incapaces de dejar las cosas como están, enamorados de sus destinos grandiosos, ebrios de poesía, ciegos de una soberbia que no corresponde al ser humano.