Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo: empeño a cuya realización me espolea una certidumbre firmísima, y no el capricho de ejecutar una zalagarda ideológica o atolondrada travesura del intelecto. Pienso probar que la personalidad es una trasoñación, consentida por el engreimiento y el hábito, mas sin estribaderos metafísicos ni realidad entrañal. Quiero aplicar, por ende, a la literatura, las consecuencias dimanantes de esas premisas, y levantar sobre ellas una estética, hostil al psicologismo que nos dejó el siglo pasado, afecta a los clásicos y empero alentadora de las más díscolas tendencias de hoy.
No es el niño Prada, no. Es Borges, nada menos: un Borges adolescente con todos los pecados de la adolescencia hinchados hasta la exasperación (del lector) por el talento natural: pedantuelo, pagado de sí mismo, empeñado en sorprender con cada palabra, indigestado de ideas de cuarta mano. Inquisiciones, un libro estomagante hasta no poderlo acabar. No es raro que el maestro lo proscribiera, ni se entiende bien que Alianza lo incluya en el catálogo.
Si el más grande escribió alguna vez así, hay esperanza para todos nosotros.
3 comentarios:
Amén.
Pecadillos de juventud de un genio. Sin embargo Prada, y algunos otros, no tienen pinta de corregirse. Y ya comienzan a ser talluditos.
"Hay esperanza; pero no para nosotros".
O eso decía otro genio.
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