viernes, 23 de mayo de 2008

Participación ciudadana

Voy a reclamar la ayuda de ustedes, amables lectores, para ver si salgo de un nudo que me tiene inutilizado el texto de la entrada anterior (léanlo antes, please) desde que lo rescaté de remotas carpetas. El problema está en la descripción que hace el viajero de la lluvia de meteoritos, casi al final: la idea era, habiendo tomado partido por lo maravilloso en las ciudades frente al entusiasmo por lo exótico, jugar limpio y darle una baza al portavoz de las bellezas naturales y lejanas, que también tienen su aquel.

Pero me temo que ese último párrafo exaltado (no es que sea he visto naves arder más allá de la Puerta de Tannhauser, pero me autoconcederé que algo de pathos estético sí que tiene) no encaja con el tono que le he dado previamente al personaje. Si las descripciones que lleva haciendo toda la noche son repeticiones de tópicos de agencia de viajes, el lector tenderá a leer esta última como otra más, con la consiguiente extrañeza (en el mejor de los casos: el peor escenario es que efectivamente pase por prosa de agencia).

Alternativas:

-Que ella registre el cambio de tono y empiece a tomarse interés, antes de volver a distraerse con el espectáculo de la calle (pero odio dar explicaciones, y es un poco ridículo que un personaje haga de crítico literario del otro).

-Que sea la voz del narrador la que comente la jugada.

-Reescribir la descripción en un tono más tópico y alicorto (pero entonces no habría el fair play que yo buscaba: es necesario que lo que ella se pierde por no ir al espacio valga mucho la pena)

-Dejarlo como está y no romperme la cabeza (no es una opción, me temo).

¿Any ideas?


Actualización (ver comentarios): versión alternativa en que el tipo sigue siendo gañán y la descripción es definitivamente libresca.
-De todas formas, lo mejor fue la lluvia de meteoritos en el Extremo Sur de Betelgeuse. Fue increíble, una experiencia única: quisiera poderlo describir con palabras, pero es imposible, hay que verlo. En el puesto de observación había una placa en memoria de McLeod, que estuvo allí hace siglos en una nave sub-luz. Qué bárbaro, eso sí que eran pioneros. Me llevé su libro, pero luego nunca hay tiempo de leer en estos viajes tan apretados.

-Entonces el cielo entero, pero no nuestro cielo sino una enorme bóveda rojo sangre cuajada de estrellas, comenzó a desplomarse lentamente, en silencio, como un gigantesco copo de nieve, recitó ella con voz sonámbula.

Abajo, frente a ellos (...)

-Ah, lo conoces. Parece ser que sólo se da una vez cada trescientos años. Es una lástima que no pudieras venir.

-Una verdadera lástima, dijo, soñolienta.

Puntos de vista

-No te puedes imaginar lo que es aquello. Si no has salido nunca de la Tierra no tienes referencias. Los colores, las distancias… llanuras inmensas de arena púrpura, cordilleras amarillas de más de veinte mil metros recortadas perfectamente en el horizonte.

Acodados en la barandilla oteaban el bullicio de Times Square en la media noche. Desde hacía unos años, en Manhattan, lo último en bares era el llamado 14 feet over; los edificios del Theatre District (otra vez de moda tras la enésima reinvención) habían ido habilitando uno a uno sus primeras plantas, para después vincularlas entre sí con pasarelas que se fueron ampliando hasta convertirse en terrazas colgantes. Ahora, por las noches, una calle sobre la calle –ya había pontones sujetos por cables que cruzaban también la avenida– duplicaba el bullicio a ras de suelo, estableciendo una nada sutil división por pisos que hacía presumir a los más snobs de no tocar el suelo en varias semanas.

-Tuvimos que hacer el trayecto de tres días en el vehículo anfibio, rodeados de lava hirviente, pero desde luego merecía la pena; el cráter a la luz de las dos lunas es mucho más hermoso de lo que había podido imaginar por los folletos. Un escenario incomparable.

En verdad el entusiasmo de los turistas espaciales era la única manifestación de energía en la ciudad languideciente, pensó la muchacha, pálida y elegante en su vestido plateado; lástima que todos usaran los mismos adjetivos: la propaganda de las agencias podía ser desoladoramente monótona. De todas formas había que reconocer que el tipo traía un bronceado realmente magnífico; ¿dejaría pasar el vehículo anfibio los rayos U.V.A. o lo que fuera que irradiaran los cuatro o cinco soles de Orión?

-…la Federación está ofreciendo unas condiciones increíbles para emigrar; lástima que por ahora sólo haya demanda de obreros manuales. Sería maravilloso, ¿no crees? Un nuevo comienzo, lejos de toda esta… podredumbre.

Una sirena policial partió en dos con su agudo repentino el bloque compacto de ruido nocturno. En un minuto, justo bajo sus ojos, tres hombres de uniforme habían acorralado a un negro vestido con túnica y gorro de piel de cebra, y lo estaban apaleando rodeados de un corro de espectadores indecisos. Desde la seguridad de las terrazas con acceso vigilado, los jóvenes vestidos de fiesta se asomaban a contemplar la escena sin apenas disimular su excitación.

-¿Ves lo que te digo? -continuó él, con una nota de triunfo en la voz.– No tendría por qué ser así; en las colonias habrá una nueva oportunidad…

Ella sacó un cigarro y se quedó mirándolo como si de repente hubiera olvidado su modo de empleo. Él se precipitó a encendérselo; al saltar la llama el aire crepitó con un chisporroteo seco.

-No me acostumbro a la atmósfera ionizada; a veces pienso que era mejor la contaminación química –comentó ella con un mohín desganado. Él se rió sin entender.

-De todas formas, lo mejor fue la lluvia de meteoritos en el Extremo Sur de Betelgeuse. Resulta difícil describirlo con palabras; parecía que el cielo entero, pero no nuestro cielo sino una enorme bóveda rojo sangre cuajada de estrellas, se desplomara lentamente, en silencio, como un gigantesco copo de nieve.

Abajo, frente a ellos, una mujer deslumbrante caminaba cortando el aire con la majestad ausente de una gran duquesa en el exilio. Iba completamente vestida de blanco, desde los zapatos a la capa de armiño, y a primera vista resultaba difícil decidir a qué mezcla de razas se debían esos pómulos atezados, esos ojos verdes rasgados, inmensos. La rejilla del metro escupió una bocanada de humo justo delante suyo, y un foco del Teatro Minskoff, que debía haberse encendido especialmente para ella, silueteó su figura borrosa contra la pared oscura; nimbada de luz, hierática y perfecta, tuvo sin darse cuenta un instante de diosa. Todas las luces de los anuncios parecieron converger sobre ella; un taxista pakistaní frenó bruscamente en el cruce, con el semáforo en verde, y un mendigo que pasaba se quitó, lento y desmañado, el sombrero.

-Parece ser que sólo se da una vez cada catorce siglos. Es una lástima que no pudieras venir.

La muchacha le dedicó una sonrisa desmayada mientras apuraba el whisky que ya se le estaba aguando. Miró hacia abajo de reojo: la mujer había doblado la esquina y los luminosos volvían a brillar ajenos.

-Una verdadera lástima –dijo con voz soñolienta.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Ramoneando

A la vuelta del concierto de A., que lleva camino de convertirse en la estrella que merece ser, vengo rumiando un par de ideas ramonianas que no termino de reducir a greguerías por mi culpa de mi natural prolijo y verboso.

-Cuando un pianista de jazz toca un piano romántico de museo se puede casi percibir el esfuerzo de cuerdas, macillos y pedales por acostumbrarse a esos ritmos que estaban en ellos pero nadie antes les había sabido sacar.

-El saxofonista, al cambiar de tenor a soprano, se entrega a una ceremoniosa rutina de desenroscar boquillas, cambiar lengüetas, meter y sacar piececillas. Uno espera que en cualquier momento se agarre la cabeza con las dos manos y empiece a darle vueltas hasta sacársela y sustituirla por otra más apta para soplar por el nuevo instrumento.

lunes, 19 de mayo de 2008

Obscenidad

El Mundo: La súbita muerte de García-Calvo despeja el camino al Estatut
El País: La muerte de García-Calvo cambia los equilibrios del Constitucional
Estos son los titulares que la prensa orgánica nos sirve para desayunar. Y no digo yo que no se me hubiera ocurrido también: la asociación es inmediata, llevamos mucho tiempo con el piloto automático activado para estas cuestiones (además, esto ya ocurrió, como todo, en The West Wing). Pero por el amor de dios, el hombre acaba de morir, tendría una familia. ¿Era mucho pedir un momento de pausa?

Que habría sido hipocresía... pues claro, joder. ¿En qué se creen que consiste la civilización?

(De la imagen que se divulga de los altos magistrados como marionetas al servicio de los partidos, y de lo muy poquito que hacen ellos por desmentirla, hablamos otro día)

viernes, 16 de mayo de 2008

San Petersburgo



Estoy empezando a jugar con el Windows Movie Maker: este es el primer intento.

jueves, 8 de mayo de 2008

El paraíso en la tierra

Pocas veces viene uno de un viaje con una verdad revelada de forma tan nítida y resplandeciente. El mensaje que traigo, amigos, es este: San Petersburgo es la ciudad de las tías buenas. Rubias subidas a piernas interminables, morenas de ojos de gata y pómulos afilados, armazones de perfecta geometría ceñida por sucintas camisetas y vaqueros de una talla menos. Los pechos más erguidos del hemisferio norte, los culos más redondos. El andar firme y seguro, un pie delante de otro, los taconcitos claqueteando sobre el pavimento. La elegancia precisa y quebrada de los brazos esbeltos sin los que no hay verdadera belleza. Se saben hermosas y lo van declarando con cada gesto; no son, sin embargo, sensuales a la manera ondulante y mimosa de la mujer del sur, sino más bien despegadas y ajenas, pero se las arreglan para cargar los movimientos más inocuos (rebuscar en el bolso, pararse en el semáforo, girar la cabeza) de un voltaje sexual irresistible. Más que para afrontar el escrutinio de las otras mujeres, se visten para gustar a los hombres. Tampoco es que les haga falta, podían ir con sacos de arpillera por lo que a uno respecta, pero desde luego se agradece el esfuerzo y se aplaude el resultado.

Las tres primeras horas las pasa el viajero sin saber a dónde acudir, desbordado por el espectáculo, con los ojos amenazando salir por su cuenta a perseguir muchachas en flor. Después se va acostumbrando, centra un poco la mirada, evita las torsiones de cuello más allá de los cuarenta y cinco grados y comienza a añadir su esperable poso de reflexión al arrebato primero. Así, se le ocurre que en esta ciudad ciertos conceptos, como el de la guapa de la clase, tan importantes en nuestra formación, pierden su significado. Como lo pierde el trabajo de modelo, que lo deben hacer por turnos; frente a la iglesia de San Isaac había un equipo haciendo fotos de moda: en los segundos que tardó el viajero en pasar delante se le cruzaron dos peatonas muchísimo más guapas que la profesional. Además, son posadoras innatas; en estos días de puente universal hemos compartido colas con todo el turismo interior, y las largas esperas las amenizaba el espectáculo de las nínfulas retratándose entre sí, mirando al objetivo como si fueran a metérselo en la boca, saltando en poses de ballet, trepadas a los árboles como panteras desmañadas, emprendiéndola a lametones con los pectorales de una estatua que a duras penas conservaba su imperturbabilidad marmórea o inclinadas hacia delante, piernas abiertas, un brazo estirado abajo empujando el vuelo de la falda contra el hueco.

Pero el viajero, romanticón y etéreo, se va a quedar en el recuerdo con unos ojos: un par de ellos, concretamente, unidos a una camarera que ni siquiera era a primera vista la más atractiva en el bar lleno de niñas pijas perfectamente comestibles. Ah, amigos, si hubieran ustedes visto esos ojos azul turquesa de extensión oceánica se tragarían la sonrisita condescendiente. A cierta distancia eran simplemente maravillosos; pero cuando se inclinó a recoger el menú el viajero literalmente perdió el hilo, incapaz de recordar por unos instantes dónde estaba y qué andaba diciendo (sólo le venían a la cabeza Luga, Kaluga y Kalugano). ¿Saben ustedes eso de sumergirse, ahogarse en, ser engullido por unos ojos? Pues los tópicos, acaba descubriendo uno, llegan a serlo porque dicen la verdad.

Les dejo para terminar el corolario más importante: altos o bajos, ricos o pobres, con o sin estudios, zafios o pulidos, todos los hombres de San Petersburgo llevan al lado una mujer impresionante. No importa que seas un parado crónico y voluntario, que peses ciento ochenta kilos, que te bajes dos litros de vodka antes de desayunar o que te cambies de ropa interior cada jueves impar: siempre habrá una Natasha de dorada melena, una curvilínea Ludmila, una hechicera Svetlana que cargue contigo. Por lo que pueda servir la información, digo.

(Si aparece por aquí una tal G. diciendo que soy un exagerado, no le hagan ningún caso: rabia que le da que el único ruso guapo que encontró estuviera muerto hace cien años)