A la vuelta del concierto de A., que lleva camino de convertirse en la estrella que merece ser, vengo rumiando un par de ideas ramonianas que no termino de reducir a greguerías por mi culpa de mi natural prolijo y verboso.
-Cuando un pianista de jazz toca un piano romántico de museo se puede casi percibir el esfuerzo de cuerdas, macillos y pedales por acostumbrarse a esos ritmos que estaban en ellos pero nadie antes les había sabido sacar.
-El saxofonista, al cambiar de tenor a soprano, se entrega a una ceremoniosa rutina de desenroscar boquillas, cambiar lengüetas, meter y sacar piececillas. Uno espera que en cualquier momento se agarre la cabeza con las dos manos y empiece a darle vueltas hasta sacársela y sustituirla por otra más apta para soplar por el nuevo instrumento.
-Cuando un pianista de jazz toca un piano romántico de museo se puede casi percibir el esfuerzo de cuerdas, macillos y pedales por acostumbrarse a esos ritmos que estaban en ellos pero nadie antes les había sabido sacar.
-El saxofonista, al cambiar de tenor a soprano, se entrega a una ceremoniosa rutina de desenroscar boquillas, cambiar lengüetas, meter y sacar piececillas. Uno espera que en cualquier momento se agarre la cabeza con las dos manos y empiece a darle vueltas hasta sacársela y sustituirla por otra más apta para soplar por el nuevo instrumento.
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