(La pieza rescatada del archivo para este miércoles podría traer causa, si invertimos la secuencia temporal, de una frase de Chesterton que le acabo de leer a EGM y con alguna de cuyas posibles lecturas estoy parcial y ferozmente en desacuerdo: La mejor manera de destruir la utopía es establecerla )
He recordado hoy un poema de Benedetti que habla del día o la noche en que por fin lleguemos. Al poeta, por comido que esté de ideología, le asalta un escrúpulo de última hora:
no obstante como nadie podrá negarque aquel mundo arduamente derrotadotuvo alguna vez rasgos dignos de menciónpor no decir notableshabrá de todos modos un museo de nostalgiasdonde se mostrará a las nuevas generacionescómo eranparisel whiskyclaudia cardinale
Y el motivo de recordar el poema es que últimamente esa misma idea me sale aquí y allí, en registros muy diferentes.
Phoebe (de la serie Friends):
-Sois todos estupendos. Claro que cuando llegue la revolución tendré que mataros (a ti no, Joey).
Ambrose Silk, en Put out more flags, de Evelyn Waugh:
It is a curious thing, he thought, that every creed promises a paradise which will be absolutely uninhabitable for anyone of civilized taste.
O mi amiga ME, funcionaria y poeta, que me describe un relato suyo sobre una ciudad en la que se cumplen todas las ordenanzas y de la que la gente huye despavorida hacia su vecina anárquica.
La conclusión obvia debería ser que los paraísos no están hechos para el ser humano, que si hay que matar a los amigos capitalistas, renunciar a Claudia Cardinale o condenarse al eterno aburrimiento sin cotilleos ni gente mal vestida que criticar entonces no merece la pena. Sin embargo algún cable mal conectado, algún pinzamiento cerebral nos hace desear sociedades ideales en las que no resistiríamos ni un día, paraísos espirituales de puro tedio, engranajes perfectamente diseñados para triturarnos.
Y la paradoja (porque al final siempre surge una paradoja) es que seguramente sin la vista puesta en esos paraísos gélidos y odiosos no se habrían conseguido la mayoría de los avances sociales que hacen la vida cada vez más tolerable y retroalimentan, en un bucle eterno, la ilusión de que efectivamente vamos hacia alguna parte.
Así, el enunciado heroico tipo luchemos por la utopía aunque sepamos que es imposible estaría encubriendo uno más radical aunque indudablemente menos eficaz para mover a las masas: luchemos por la utopía aunque sepamos que es indeseable.
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