Como aquellos príncipes derrotados que una vez expulsados de su reino y en una nación lejana descubren poseer una habilidad insospechada para la horticultura y gozan regando su huerto mientras una sonrosada Maritornes les cocina un conejo con nabos, así el artista actual se complace en tareas de manufactura, sin olvidar que viene de una lejana estirpe en otro tiempo temible.
domingo, 30 de marzo de 2008
La decadencia según Azúa
miércoles, 26 de marzo de 2008
El heredero
Los Cohen –por irnos a lo más granado- nos habían hecho creer que lo mejor que se puede hacer hoy con los clásicos es Miller’s Crossing: estilización absoluta, saturación de referencias, voladura controlada del edificio con respeto escrupuloso de las convenciones, cinefilia tamizada de ironía. Los Cohen son como nosotros, sólo que más listos. Nos representan, nos entienden, ven lo que vemos. Y su agotamiento (que parece irreversible) es también el nuestro.
Pero de repente llega Harry el Sucio y nos despierta de un par de hostias, recordándonos que los clásicos están ahí para que cada generación se mida con ellos. En el momento justo de una carrera construida con una solidez e independencia difíciles de ver hoy día, el hombre del poncho ha decidido batirse en duelo con el hombre del parche, y lo ha hecho en el territorio espiritual más inviolable, en el último rincón de paraíso con el que nos está permitido soñar. Million dollar baby no es el reverso oscuro de The quiet man. Es una mirada al trasluz, a contrapelo; es, mucho más que una revisión, una zambullida en sus aguas más profundas. Como Pierre Menard, Eastwood se ha sentado a escribir de nuevo su Quijote; a diferencia de la elusiva criatura de Borges, no ha hecho el menor esfuerzo por borrarse en el proceso.
En la película de Ford la liberación llega de la mano de la propia vida que fluye como un torrente, de las fuerzas elementales que ni nuestros actos ni las interpretaciones que de ellos hacemos pueden frenar. La naturaleza se lleva por delante (a fuerza de puñetazos, de canciones y besos) toda negrura, todo reconcomio; contra el verde jugoso e incandescente de Erin no es posible la melancolía, ni siquiera la introspección.
En el mundo de Eastwood, en cambio, el pasado gravita como un cielo bajo y oscuro. Frankie Dunn ha elegido no olvidar: cada mañana al llegar al gimnasio mira de frente al ojo de cristal de Eddie Scrap, cada día se sienta en el banco de la iglesia sin tener muy claro por qué, cada semana escribe una carta sin esperanza a la hija que dejó marchar. La redención sólo puede presentarse para él en forma de segunda oportunidad: si volvemos a recorrer todo el camino y esta vez no cometemos ningún error podremos dejar el pasado atrás. Hará falta –primero- que la sonrisa hambrienta y limpia de una niña le encienda de nuevo los ojos, y que un golpe mal dado le arrebate -más tarde- toda esperanza para que comprenda que esa salida es imposible, que no podemos volver sobre nuestros pasos. En una sádica simetría que pertenece al mundo de la tragedia antigua, el destino no sólo le hará caer por segunda vez en el mismo infierno, sino que le pedirá que tome por compasión una vida. Apurado el dolor hasta el fondo, Frankie encontrará la paz en un Innisfree lluvioso y nocturno, un refugio anónimo con olor a tarta de limón -a small cabin build there, of clay and wattles made.
El boxeo no es una metáfora de la vida, sino una destilación. En el boxeo el triunfo y la derrota, el honor, el deber, las lealtades y traiciones se corresponden a un código claro y compartido: quien lo incumple lo sabe, y aunque llegue a nadar en dinero no puede ignorar el desprecio de quienes fueron sus iguales. En el boxeo es posible perder con dignidad y ganar con honra. Por eso salen de él tan buenas películas. La vida en cambio es sucia, confusa, ambigua; no se deja reducir a un código. No es casualidad que Sean Thornton sea inocente, que el limpio relato de Eddie deje claro que Frankie no le falló el día que le reventaron el ojo. La tragedia aflora cuando la vida irrumpe y el código no es suficiente, cuando estalla un ojo o un corazón y el saber que has cumplido con las leyes del honor no te borra de la retina el cuerpo de tu rival tirado en la lona como un muñeco roto. Por eso nos parece –y es la única fisura de consideración- que al introducir el juego sucio en la pelea final y caracterizar a la rival de forma tan maniquea se rebaja la historia amenazando con deslizarla de tragedia a anécdota.
Para terminar de salir del círculo infernal, Thornton tenía que volver a pelear fuera del cuadrilátero; por buscar la redención entre las cuatro cuerdas es castigado Frankie a vivirlo todo de nuevo. Aunque Ford toma a su personaje muy cerca de la salida, el recorrido es el mismo: podría decirse que Million dollar baby palpita y alienta en el interior del flashback en blanco y negro que asalta a Sean Thornton en su viaje hacia la luz; que de alguna manera drena la oscuridad que en el clásico sirve de sustrato invisible, se alimenta de ella y la saca al primer plano.
De estirpe fordiana son también las armas: la narración de Eastwood es de una limpieza y sobriedad que no se veían en cine desde hace mucho. Ni una trampa, ni una concesión al capricho (como no sea, y no es casualidad, la presentación de la rival definitiva, que remite por unos instantes a lo peor de la saga Rocky; lunar mínimo en cualquier caso, que si irrita es por comparación). No creo, por poner un ejemplo, que nadie pueda rodar hoy día el encuentro de una carta deslizada bajo la puerta con esa pureza e intensidad. Y como manda el canon clásico, la historia se construye sobre los actores, apoyándose en sus presencias y ritmos interiores. Sin la ternura hosca de Eastwood (esos pantalones subidos, esas gafas), sin la luminosidad que irradia una Hillary Swank que en su vida va a estar mejor, y sobre todo sin la inmensa, leñosa presencia de Morgan Freeaman (y escribo sin haber escuchado su voz original en off) no se entendería este maravilloso trozo de cine.
Como ha dicho no sé quién, que le den un parche para el ojo a este hombre y nos haga una película al año mientras pueda. Y que nosotros lo veamos.
(Esta fue la primera crítica de cine que escribí, e inmediatamente me corté la coleta)
martes, 25 de marzo de 2008
Infancias
Ir a jugar Abajo, esto es, al Garaje, una planta diáfana con los pilares a la distancia justa para hacer de porterías, la cuesta para coger carrerilla en el pañuelito, el circuito de bicicletas; porque en el Jardín no se podía jugar salvo en unas plataformas de losetas donde se ponían las niñas con sus cosas. Y luego el Río, un cauce seco al que se llegaba saltando una tapia blanca al fondo, y la Casa Vieja, justo ahí al lado, rodeada por una selva y que daba tantísimo miedo que tardamos años en acercarnos.
Siempre me han fascinado las memorias ajenas, me quedo escuchando con la boca abierta cualquier relato de infancia que me hagan: basta con que sea en el campo o entre muros antiguos o en una ciudad lejana para que yo lo adorne inmediatamente de cualidades novelescas y me ponga ferozmente a añorar lo que no tuve. Y el caso es que si recuperase por un instante la mirada de entonces entendería que es lo mismo, pero no hay manera.
2. ¿Qué memoria imposible de cuándo, qué otras existencias en qué mundos asoman fugazmente cuando el niño dice (y no es porque no sepa, qué va, no es porque no sepa) tú eras una princesa y yo venía y te cogía en brazos… ?
viernes, 21 de marzo de 2008
Copán






jueves, 20 de marzo de 2008
Absolutos
Pero hay absolutos morales, dice el Presidente cuando ya ha asentido con la mirada.
El nudo no puede desatarse, pero tal vez esa sea la única manera de cortarlo. No engañarse, no acudir a racionalizaciones o malabares verbales. Cargar con la oscuridad. Echarse la culpa encima por todos los demás. Because you won, le dirá Leo cuando esté todo hecho.
miércoles, 19 de marzo de 2008
Utopías
no obstante como nadie podrá negarque aquel mundo arduamente derrotadotuvo alguna vez rasgos dignos de menciónpor no decir notableshabrá de todos modos un museo de nostalgiasdonde se mostrará a las nuevas generacionescómo eranparisel whiskyclaudia cardinale
-Sois todos estupendos. Claro que cuando llegue la revolución tendré que mataros (a ti no, Joey).
It is a curious thing, he thought, that every creed promises a paradise which will be absolutely uninhabitable for anyone of civilized taste.
O mi amiga ME, funcionaria y poeta, que me describe un relato suyo sobre una ciudad en la que se cumplen todas las ordenanzas y de la que la gente huye despavorida hacia su vecina anárquica.
La conclusión obvia debería ser que los paraísos no están hechos para el ser humano, que si hay que matar a los amigos capitalistas, renunciar a Claudia Cardinale o condenarse al eterno aburrimiento sin cotilleos ni gente mal vestida que criticar entonces no merece la pena. Sin embargo algún cable mal conectado, algún pinzamiento cerebral nos hace desear sociedades ideales en las que no resistiríamos ni un día, paraísos espirituales de puro tedio, engranajes perfectamente diseñados para triturarnos.
Y la paradoja (porque al final siempre surge una paradoja) es que seguramente sin la vista puesta en esos paraísos gélidos y odiosos no se habrían conseguido la mayoría de los avances sociales que hacen la vida cada vez más tolerable y retroalimentan, en un bucle eterno, la ilusión de que efectivamente vamos hacia alguna parte.
Así, el enunciado heroico tipo luchemos por la utopía aunque sepamos que es imposible estaría encubriendo uno más radical aunque indudablemente menos eficaz para mover a las masas: luchemos por la utopía aunque sepamos que es indeseable.
lunes, 17 de marzo de 2008
Un poco menos nonwriter

Ulalume (como The raven, o Annabel Lee, improbables futuras candidatas para continuar este juego) es un puro artefacto verbal. Como todos los poemas, me dirán. Sí, pero más. Es un objeto inseparable de su forma, del ritmo silábico, de las rimas caprichosas, de la sonoridad de los nombres propios. De ahí el interés del reto: verterlo al español conservando todos esos elementos es una tarea imposible; dejarlos fuera, un compromiso inaceptable. Después de un primer empujón inicial he dejado pasar años encajando versos, sacándolo del cajón para mover dos palabras y volviéndolo a guardar.
Habría seguido con mucho gusto jugando indefinidamente con el sudoku si don EGM no hubiera conseguido colarme, aún no sé cómo, en una revista tan seria. La misma tarde antes de enviarlo cambié una estrofa entera, creo que para bien, y aunque no puedo decir que esté acabado, creo que el poema no desaparece en el tránsito y que cumple todas las condiciones previas del juego (si hay un verso más largo que el resto es porque en el original está así). Para todo lo demás, doctores tiene la iglesia.
¿Que estoy presumiendo? Pues sí. Es un logro menor, pero un logro. En español no se había hecho, que yo sepa*. En portugués hay una magistral, de Pessoa (que igual que yo dice que se puso a ello por hacer musculatura, y como yo no es del todo sincero).
Pues eso, que muchas gracias a los señores de Renacimiento por su confianza, a Enrique García-Máiquez por su perseverancia y a J.N., insigne traductor de Baudelaire, sin cuya experta guía me habría conformado con menos.
*De The Raven, en cambio, hay una traducción más que digna con estas características, la del venezolano Pérez-Bonalde (1887).
Actualización: Mientras me entero de cómo se cuelgan textos a dos columnas, aquí está el poema. Se sugiere leerlo con el original delante.