lunes, 25 de febrero de 2008

Cuotas

Se discute en la mesa sobre las cuotas y las leyes de igualdad. Hay acuerdo más o menos general en que se trata de un medio equivocado para conseguir un buen fin. Y yo sin embargo creo que hay que darle una vuelta más. No me parece una verdad autoevidente que el objetivo de esas leyes sea deseable. ¿Es bueno en sí que haya el mismo número de mujeres que de hombres en puestos directivos? Pues lo será en la misma medida en que resulte justo y necesario equilibrar las tasas de directivos rubios y morenos.

Nunca se repetirá bastante: los colectivos no tienen derechos, sólo los individuos los tienen. Lo que hay que proteger es la igualdad de oportunidades entre individuos, no el resultado final, que será el que resulte ser en cada momento, y sobre el cual no cabe emitir juicio alguno. No es más justo, ni menos, que haya más directores que directoras de banco. Lo que es sangrantemente injusto es que a una mujer no se la permita optar al puesto, y eso es lo que hay que combatir. Pero no para que haya más mujeres directivas: eso no puede ser nunca una aspiración.

Se me dirá que el legislador no es tonto, que eso lo sabe de sobra y que de lo que se trata es de combatir una discriminación generalizada (que no se da entre rubios y morenos) introduciendo una compensación, un coeficiente mayor que la unidad que equilibre la merma de posibilidades que la práctica discriminatoria introduce. Si no existiera desviación machista en la selección, parece pensar el legislador, la distribución tendería espontáneamente al cincuenta por ciento: forzando por ley esta distribución estaremos dando un paso imperfecto pero positivo, mejorando las reglas de un juego injusto hasta que las causas sociales de esa injusticia desaparezcan.

Bien, yo en esos términos sí puedo discutir. Sigo sin estar de acuerdo: para empezar por el final, no veo cómo una congelación forzada del resultado va a ayudar a que se cambien las malas prácticas y no más bien a frenar cualquier evolución; tampoco me creo que la distribución de cualquier cosa entre hombres y mujeres, dejada a su albedrío, tienda espontáneamente al cincuenta por ciento. Pero son términos que entiendo y manejo. El problema es que no creo que se estén planteando así las cosas, que detrás de toda la línea de argumentación a favor de las cuotas se dibuja, inconfundible, una idea de justicia meramente estadística: la pretensión de que sólo cuando haya exactamente el mismo número de mujeres y hombres en los puestos elevados (¿sólo en estos, además? ¿por qué no en la minería o la limpieza de hogares?) se habrá alcanzado el estado ideal es una pretensión que no quiero llamar antihumana porque esos términos exagerados hacen poco bien al debate, pero sí ajena al individuo, a su circunstancia y a la inalienable libertad de hacer cada uno con su vida lo que mejor le parezca.

2 comentarios:

T dijo...

Estoy completamente de acuerdo con tu reflexión, Ignacio y quiero añadir que las alabadas cuotas llegan a extremos verdaderamente risibles en los ámbitos políticos, algo que propician los presupuestos generales del Estado, de la Comunida Autónoma X o del Ayuntamiento Y.

Una empresa privada no se permite el lujo de tener a una inútil en un cargo de altísima responsabilidad porque le cuesta dinero, y lo mismo ocurre con un inútil. En el ámbito público, sin embargo, se obliga a una paridad que no se corresponde con la realidad. ¿Por qué no se puede presentar una lista electoral integrada sólo por mujeres? ¿Qué ocurre si éstas son más válidas que cualquier hombre?

No creo que el camino sean las leyes, creo que el camino es fomentar la igualdad de oportunidades, no las famosas discriminaciones positivas. Discriminación y positivo son para mí antónimos.

Brian dijo...

Estando de acuerdo el razonamiento de fondo no lo estoy tanto en recurrir para ello al argumento de moda: que los colectivos no tienen derechos. Argumento que me parece un poco forzado porque las mujeres no son un colectivo al uso: corporativo (los abogados) étnico (los mestizos) religioso (los musulmanes) etc., sino un conjunto de ciudadanos con una especial particularidad: está presente de forma isoporcentual en todos los grupos o colectivos. No sé si mi argumento es muy fuerte, pero me chirría llamar colectivo a quienes están a su vez en todos los demás colectivos.

Más de fondo me parece la razón por la cual pienso que, sin recurrir al odioso -y hasta ridículo- mecanismo de las cuotas, hay que arbitrar algún tipo de discriminación positiva. Es de tipo biológico-cultural. La igualdad de roles entre sexos es una novedosísima característica exclusiva de nuestra especie. Es más, de hecho sólo de una parte minoritaria de la misma, la representada por la cultura occidental. No me parece excesivo decir que es una conquista social que va contranatura: con excepción del hecho biológico del parto la igualdad de roles tiende a ser total. Pues bien, ir contra natura no sale de gratis; el precio a pagar es la discriminación positiva.