martes, 5 de febrero de 2008

Shaw vs Chesterton

El prólogo de un libro puede ser una faena de aliño más o menos prescindible, pero hay autores que aciertan a meter en ellos un concentrado de sus ideas que casi nos excusa de seguir leyendo. En el caso de George Bernard Shaw sería seguramente su vocación de predicador la que le hacía embutir tanta y tan sustanciosa doctrina destinada al desprevenido lector de sus comedias. Algo queda, pensaría, como los curas que en las bodas largan un florido sermón entre bostezos y ojeadas al reloj.

Es posible, y a veces inevitable, leer cualquier renglón de Shaw como un dardo lanzado contra Chesterton, y viceversa. El enfrentamiento cordial y sin cuartel entre estas dos enormes cabezas (estos dos enormes cabezotas) es un episodio de la historia de las ideas que va ganando importancia con el tiempo, a medida que otras luminarias se desvanecen. Se les dé o no la razón en algo, creo que su polémica interminable y retroalimentada seguirá diciéndonos cosas importantes cuando ya nadie recuerde qué cosas eran el estructuralismo o la deconstrucción.

Leyendo ayer el prólogo a sus Plays pleasant me hacía yo esta pregunta: si GBSh tiene casi siempre razón y GKCh no la tiene casi nunca, ¿por qué es el Gordo el que nos roba el corazón una y otra vez? No se trata de talento literario, ahí los dos andan parejos y sobrados. Es más bien, creo, un problema de simpatía. Mientras el arrollador GKCh se hace querer sin remedio, GBSh es profunda, constante, irrevocablemente antipático. Cuando se carga de razón contra las guerras como conflictos entre plutócratas resueltos con sangre ajena, cuando desmonta los mitos sobre naciones y pueblos no encontramos nada que objetar, pero por alguna razón quedamos reticentes, por no decir que nos desagrada leerlo como desagrada escuchar a una tía regañona. Es necesario que les dé la palabra a sus personajes (taimados seductores, irresistibles rufianes, cínicos de buen corazón) para que esas admirables ideas se abran camino. Algo de esto debió notar cuando decidió, tan a contrapelo de sí mismo, hacerse autor teatral.

GKCh, por su lado, ve la Gran Guerra como un conflicto moral donde Alemania representaría todo el mal posible. Hay dos concepciones del mundo intrínsecamente ligadas a una y otra nación, sólo una puede quedar vencedora y en defensa de esta necesidad de la lucha llega a escribir cosas monstruosas, expresiones de ardor guerrero que si se miran con distancia dan auténtico pavor. Se entiende que en el frenesí patriótico del momento sus opiniones prevalecieran, pero ¿cómo es que soportan el largo recorrido, cómo no se vienen abajo ante el antibelicismo firme, serio y concienzudo (nada que ver con el pacifismo fofo de nuestros días) de GBSh?

En otro prólogo, el de Major Barbara, encuentro la que tal vez pueda ser la clave. En medio de la exposición de un programa sindical (vacaciones pagadas, seguro médico) que él considera utópico pero que ha llegado a convertirse en realidad, y cuando estamos llenándonos de admiración y agradecimiento por su labor pionera, deja caer de repente su solución para la delincuencia: al segundo robo, pena de muerte. Al fin y al cabo el criminal está advertido, y si reincide es que es irrecuperable. Impecablemente racional, radicalmente inhumano: esto es, creo, lo que nos repele íntimamente de sus exposiciones, la sensación de que le basta con que el silogismo funcione y no es capaz de ver las objeciones de otro orden que se le puedan hacer. Una vez demostrado que las patrias son una ficción, GBSh las disolvería inmediatamente si pudiera, prohibiría las banderas e himnos, impondría un carnet de identidad único y se llenaría de irritada perplejidad cuando la puesta en práctica de estas órdenes provocase un baño de sangre.

GKCh, apelando a instancias no racionales que él sí sabe que están ahí, consigue que miremos con simpatía a sus pandillas de londinenses enloquecidos matándose por unos estandartes recién inventados. Pero por gracia que nos haga verlo llevarse limpiamente el gato al agua el problema es que las patrias son de verdad una engañifa y cada gota de sangre derramada en su nombre un escándalo intolerable. ¿Será mucho pedir un moralista simpático y que lleve la razón?

8 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Mario Quintana pensaba que los moralistas no tienen remedio: los desinfectantes siempre huelen fatal.
Gran entrada.

Francisco Sianes dijo...

Rafael Sánchez Ferlosio.

Ignacio dijo...

Hombre, simpático simpático...

Francisco Sianes dijo...

Como escribió usted mismo hace ya tiempo, Ignacio, con esa simpatía que provoca ganas de pellizcarle los mofletes.

La verdad es que, algunas aristas aparte (y quién no las tiene), Ferlosio me cae en gracia. Entre otras muchas razones (independencia, rigor, fatum...), porque no puedo imaginármelo tratando de hacerse el gracioso:

"No hay nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente como el que alguien trate de impresionarme favorablemente. Los simpáticos me caen siempre antipáticos; los antipáticos me resultan, ciertamente, incómodos en tanto dura la conversación, pero cuando ésta se acaba se han ganado mi aprecio y simpatía. Ese viajero que dice “Buenas noches”, al entrar en el compartimento del vagón; que apenas alza los ojos, sin interés alguno, hacia la comparecencia de viajeros nuevos, que no vuelve a despegar los labios hasta llegar a su estación, para decir: “Que tengan ustedes buen viaje”, suscita en mí la convicción —probablemente tan arbitraria como injusta— de que en un choque o un descarrilamiento se comportaría del modo más heroico y socorredor, mientras que el dicharachero, que no ha parado en todo el viaje de hablar y de reír, de entablar relación con todo cristo, y no digamos si —¡horror!— hasta contando chistes por añadidura, me impone, en cambio, la más absoluta certidumbre de que no podría dar, en tal trance, sino el más bochornoso espectáculo de histeria y cobardía."

[Otros moralistas simpáticos, apocalípticamente socarrones: Cioran y Bernhard]

E. G-Máiquez dijo...

Sianes, Cioran sí que resulta simpático, es cierto.

Ignacio, venía a avisarte de un nuevo coloquio sobre Retorno a Brideshead, que tal vez te interese.

Ignacio dijo...

Muchas gracias, Enrique, voy para allá.

Para Cioran se me hace raro el adjetivo simpático, más que nada porque es profundamente serio, y esa seriedad no suele suscitar simpatías.

Pero en el sentido de mi texto sí que vale: Cioran es convincente y conmovedor, en ningún momento se hace repelentemente regañón.

¿Te gustó su libro sobre los reaccionarios? Es menos exhaustivo que Compagnon pero más intenso, antimoderno él mismo hasta la médula.

Francisco Sianes dijo...

Enrique, no sólo simpático: gracioso y hasta chistoso.

¿Cioran profundamente serio, Ignacio? Hombre, no niego que escribiera casi siempre de asuntos "graves"; ¡pero con cuánta ironía!

Abro un libro suyo al azar (y no es una fórmula). Leo:

"Todo occidental atormentado hace pensar en un héroe de Dostoievski que tuviera una cuenta en el banco".

Y así a cientos.

Por no hablar de sus entrevistas. ¡Cuántas veces el público acababa estallando en carcajadas! Oírlo hablar -pongamos- del suicidio, me hace recordar uno de esos monólogos tan exitosos hoy (pero con auténtica gracia).

Saludos.

E. G-Máiquez dijo...

Su libro sobre los reaccionarios me apasionó. Menos exhaustivo, pero quizá más hondo, ¿no? En cualquier caso, se complementan.

Y una carcajada para esa cita de Cioran que Sianes encontró al azar.