Desde la fachada de cada edificio importante, encaramado a las medianeras, jalonando la carretera del aeropuerto en carteles sobre postes cada cien metros, el Coronel Gadaffi nos sonríe paternalmente enfundado en su túnica blanca, las manos juntas a la altura de la barbilla. O con un uniforme vagamente militar abre los brazos –los puños siempre cerrados- para dejar ver el extraño estampado con rostros de jóvenes que le cubre el pecho. O joven él mismo y sonriente, en vaqueros y camisa inmaculada, se come el mundo como un cantante pop en gira triunfal. O disfrazado de africano, como si no lo fuera, contempla ensoñador una improbable carabela que surca los mares empapelada con lo que suponemos son todas las banderas del continente. O rijoso y condescendiente, en un fotomontaje, mira cómo Berlusconi alarga las lascivas manos hacia las tetas de una Venus de mármol. O con gafas oscuras hace como que escruta un horizonte lejano mientras patrocina, en el pie de foto, a Vodafone, a Repsol, a Daewoo.
Gadaffi es un tipo peligrosamente seductor, uno de esos individuos que manejan en su provecho, en lugar de esconderlos, los rasgos más ridículos de su persona. Es necesario esforzarse continuamente para no encontrarlo simpático, como hay que estarse muy encima para no tomar a Fidel por un abuelete inofensivo y pelmazo o a Kim Jong Il por ese tío materno medio loco que nos salva cada año, imitando a Raphael o tragándose un matasuegras, de morir de aburrimiento en las reuniones de navidad. La mera duración les confiere a estos fantoches un aura novelesca: no podemos evitar verlos con nostalgia anticipada como a los últimos excéntricos de un mundo sin excéntricos. Cómo no regocijarse ante el ejército de amazonas que protege al Coronel, cómo no reir socarrones cada vez que el viejo barbudo le endilga a una delegación desprevenida seis horas de discurso, cómo no elevar el tupé desaforado de Kim a icono pop.
En las fotos más recientes Gadaffi tiene el aspecto de una maricona vieja, de un transformista que recién terminada la función en un sórdido bar de carretera se hubiera desmaquillado a toda prisa y con mala luz. Si Kim Jong Il es Liberace y Fidel el abuelo Cebolleta, Gadaffi es definitivamente Sara Montiel.
(Cuando el Coronel estaba en la cumbre de su maldad, la madre del viajero solía decir, tras cada atrocidad detalladamente expuesta en el telediario: pero hay que reconocer que es un hombre muy atractivo).
Gadaffi ha sabido, como los grandes villanos del cómic –como el Doctor Muerte uniendo fuerzas con Reed Richards ante cualquier eventual amenaza alienígena, como Magneto haciéndose cargo de la Escuela de Westchester mientras Xavier estaba catatónico– dar un giro insospechado y radical a su carrera hasta entonces inmaculadamente malvada. Decidido impulsor de un flamante Eje del Bien formado por él solo, Gadaffi se fotografía ahora con todo mandatario que se ponga a tiro, dispensa su mensaje de paz a auditorios de hermosas muchachas, presta su imagen para promocionar proyectos residenciales de lujo homologablemente occidental.
(Antes de llegar al hotel el viajero ha decidido ya, recordando el consejo de otro fantoche longevo de voz aflautada, no meterse en política. De aquí en más se dedicará a lo que sabe hacer mejor, mirar y anotar).
3 comentarios:
Hola, Ignacio. Todo es muy acertado, y lo de la maricona vieja mal desmaquillada me hizo reír. Lo malo, sin embargo, no es eso, sino que las respetables señoras de la vecindad, que nunca han querido saber nada de él por sus locuras, han empezado a invitarle a sus respetables tés. Y esto ya no tiene ninguna gracia, creo.
(¿Son recuerdos de tu viaje de 2009 o es que estás de vuelta allá?
No, hombre, ya se acabaron los viajecitos por un tiempo. Ya te dije que suelo colgar estas cosas con un retardo y en desorden.
A mí me parece que G. ha manejado bastante bien los tiempos, y evoluciona hacia una situación no muy distinta de la España de los 60, con la oposición diezmada y dispersa, dinerito fresco para repartir y la población más dedicada a mejorar de vida que a cuestionar el régimen. También pienso que le reventará todo en la cara, a él o a su sucesor, cuando el mayor bienestar lleve a mayores cotas de inquietud política. Lo malo es el factor islamista, que jode toda la ecuación.
sactamente: haga como yo, no se meta en política.
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