domingo, 17 de enero de 2010

Avatar y la madre tierra

A Ross Douthat, católico norteamericano, le ha preocupado de Avatar su mensaje panteísta. A mí me preocupó mucho más que con tantísimo dinero y tecnología tan maravillosa se pueda realizar semejante pestiño (bellísimo pestiño, por otra parte, vale la entrada con creces). Pero vayamos al argumento del columnista, que tiene algún interés. Dice Douthat que una versión más o menos difusa del panteísmo se ha convertido en la vertiente espiritual por defecto de Hollywood, y cita en su apoyo una lista de películas que va de Pocahontas a Bailando con Lobos, pasando por el concepto lucasiano de La Fuerza (se le ha pasado la muy inquietante El Incidente, de Night Shyamalan). Y no le extraña este éxito: encuentra que la vaga noción de un mundo empapado en divinidad con el que uno debe fundirse es más fácil de manejar que la idea de un dios personal con un hijo nacido de virgen que muere y resucita, no metafóricamente sino de verdad. Detecta además que la amenaza de un desastre climático ha proporcionado al culto de la naturaleza lo que le estaba faltando: la amenaza de un Apocalipsis purificador y una lista de pecados con que estigmatizar al infiel.

El diagnóstico me parece agudo y atinado: no me extrañará que en las próximas decadas proliferen los cultos de este tipo, pero más probable aún es que las nociones de espíritu de la Tierra, red biológica, comunión natural se vayan afirmando en las mentalidades religiosas, sin desplazar al conjunto de creencias de cada uno (que todo ello sea contradictorio no parece una dificultad para tales mentalidades). Ya conoce uno bastante gente que declara no creer en la religión oficial pero sí en algo, sin saber definir lo que es, y la Madre Tierra parece estarse posicionando bastante bien para ocupar ese hueco.

Ahora bien, dejando de lado la principal objeción, que comparto con Douthat (la naturaleza es monstruosa, el estado natural es una agonía continua de la que venimos huyendo desde que un bisabuelo nuestro cogió una piedra afilada para desollar al bisabuelo de un buey), no puedo encontrarle racionalmente nada de malo a este desplazamiento. Como el mismo columnista reconoce, la idea de una trama global interconectada de pensamientos y sensaciones a distintos niveles es bastante más digerible por la razón que un tío con barba que está en todas partes. El panteísmo, en su versión histórica o en la new age, se parece tan poco a una religión que Dawkins ha podido llamarlo a sexed-up atheism. Una religión vaga y difusa debería ser más inmune que las de toda la vida al fanatismo, a la intransigencia, a la legitimación de la violencia contra el infiel. No me imagino a nadie volando un avión en nombre de la madre tierra.

(Aunque también se puede argumentar, en sentido contrario, que bastante tiempo ha costado desgastar el cristianismo hasta su actual, inofensiva versión, que fíjate todavía el Islam cómo está después de doce siglos, como para ahora vérnoslas con una recién hecha)

En cualquier caso, y volviendo a Avatar y su mensajito de todos-somos-uno, me ocurre lo siguiente: aunque racionalmente me parece bien toda evolución hacia lo difuso e indeterminado de las mentalidades religiosas, a un nivel visceral es que no puedo con ello, me dan ganas de emprenderla a collejas con todos los abrazaárboles hasta que se les quiten las tonterías de la cabeza, y termino acordándome de una de mis frases de cabecera, debida no sé si a Azcona o a Berlanga: no creo en dios, que es el único verdadero, y voy a creer en esas mamarrachadas.

1 comentario:

Brian dijo...

Fina ironía la de Azcona o a Berlanga. Yo que Douthat hubiera puesto 2001 una odisea el el espacio en un lugar destacado de la lista, aunque para él la obra maestra de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick es casi tan histórica como la de Tocqueville.

Impactante el reportaje del Pew Forum al que remite Douthat, a propósito de la propensión al multi-culto. No lo he leído entero, pero los gráficos y tablas hablan por sí solos.