martes, 26 de enero de 2010
Tercera cultura
Una reseña
sábado, 23 de enero de 2010
Golden Age
Tenía razón. Cuarenta años antes Bette Davis le peleaba el premio a Katherine Hepburn, Howard Hawks a Alfred Hitchcock. ¿Qué tenemos ahora? ¿Meryl Streep contra Jodie Foster, Tarantino contra Cameron?
Pero estos premios se dan también a la televisión. El principal, el de mejor serie dramática ha subido a recogerlo el creador de Mad Men. Se lo ha ganado a Big Love, a Dexter, a House (cuyos dos últimos capítulos del año pasado deberían enseñarse n las escuelas de narrativa). La edad de oro de la tele no es un tópico, es justamente esto.
domingo, 17 de enero de 2010
Avatar y la madre tierra
El diagnóstico me parece agudo y atinado: no me extrañará que en las próximas decadas proliferen los cultos de este tipo, pero más probable aún es que las nociones de espíritu de la Tierra, red biológica, comunión natural se vayan afirmando en las mentalidades religiosas, sin desplazar al conjunto de creencias de cada uno (que todo ello sea contradictorio no parece una dificultad para tales mentalidades). Ya conoce uno bastante gente que declara no creer en la religión oficial pero sí en algo, sin saber definir lo que es, y la Madre Tierra parece estarse posicionando bastante bien para ocupar ese hueco.
Ahora bien, dejando de lado la principal objeción, que comparto con Douthat (la naturaleza es monstruosa, el estado natural es una agonía continua de la que venimos huyendo desde que un bisabuelo nuestro cogió una piedra afilada para desollar al bisabuelo de un buey), no puedo encontrarle racionalmente nada de malo a este desplazamiento. Como el mismo columnista reconoce, la idea de una trama global interconectada de pensamientos y sensaciones a distintos niveles es bastante más digerible por la razón que un tío con barba que está en todas partes. El panteísmo, en su versión histórica o en la new age, se parece tan poco a una religión que Dawkins ha podido llamarlo a sexed-up atheism. Una religión vaga y difusa debería ser más inmune que las de toda la vida al fanatismo, a la intransigencia, a la legitimación de la violencia contra el infiel. No me imagino a nadie volando un avión en nombre de la madre tierra.
(Aunque también se puede argumentar, en sentido contrario, que bastante tiempo ha costado desgastar el cristianismo hasta su actual, inofensiva versión, que fíjate todavía el Islam cómo está después de doce siglos, como para ahora vérnoslas con una recién hecha)
En cualquier caso, y volviendo a Avatar y su mensajito de todos-somos-uno, me ocurre lo siguiente: aunque racionalmente me parece bien toda evolución hacia lo difuso e indeterminado de las mentalidades religiosas, a un nivel visceral es que no puedo con ello, me dan ganas de emprenderla a collejas con todos los abrazaárboles hasta que se les quiten las tonterías de la cabeza, y termino acordándome de una de mis frases de cabecera, debida no sé si a Azcona o a Berlanga: no creo en dios, que es el único verdadero, y voy a creer en esas mamarrachadas.
Preguntas incómodas
jueves, 14 de enero de 2010
El coronel ¿no tiene quien le escriba?
miércoles, 13 de enero de 2010
lunes, 11 de enero de 2010
viernes, 8 de enero de 2010
Antivespasiani
En algunos ángulos apartados puedes reparar en misteriosas protuberancias en piedra, en ladrillo visto o enfoscado, o incluso en hierro forjado. Comencemos por describirlas. Posición: se encuentran en los recodos de las calles, entre los muros que forman ángulo recto; pero hay una incluso en lo alto de un puente, sobre el Campiello de San Rocco, en hierro forjado. Altura: poco más de un metro. Forma: las de piedra se parecen a un tejado a dos aguas, las de ladrillo a un cuarto de cúpula enana, abombada, a una rodaja gigante de foccacia, un buen trozo de pannetone. Las que son de hierro tienen bultos panzudos y puntas de lanza amenazadoras. ¿Para qué sirven? Disuaden a los humanos de hacer pipí. El metal puntiagudo se comenta solo. El funcionamiento de los mecanismos de tejado y cúpula, sin embargo, es más ingenioso: están proyectados para hacer rebotar el chorro sobre el maleducado de turno, y sobre todo para revertirle a los pies sus propios arroyuelos de pipí.