jueves, 28 de agosto de 2008

Una apasionada defensa

De los toros. Por un francés, Francis Wolf, en una tercera de ABC que nos recuerda por qué nos gusta el ABC. Con una frase digna de Ferlosio:

¡Es cierto que el toro no quiere combatir, pero no porque sea contrario a su naturaleza el combatir sino porque es contrario a su naturaleza el querer!

viernes, 1 de agosto de 2008

Qutub al-minar

Hemos venido a ver una torre célebre y, como ocurre a menudo, una vez en el sitio el reclamo del cartel resulta ser lo de menos. Encontramos un conjunto extenso, descalabrado, ilegible y divertidísimo de recorrer, en que las etapas sucesivas se encabalgan y confunden con un pathos más pintoresco que histórico. Saltando de piedra en piedra el viajero no acaba de hacerse una idea clara de cómo estaba organizado aquello, pero tampoco le parece que sea una pérdida. El minarete es aparatoso, desaforado, magnífico; se levanta allí en medio con rotundidad geológica, como esperando a que acaben de construir a sus pies la inmensa mezquita que su escala reclama. Sin embargo, tal vez precisamente por esa desairada situación (clavado entre fragmentos de edificios que poco tienen que ver con él), resulta asombrosamente invisible una vez que se ha metido uno en el laberinto de estructuras. Ocurre entonces que su aparición repentina entre dos arcos tiene un sabor de sorpresa infantil que cuadra mal con su voluntad de predominancia y arrebato.

Pero la versión india de la Torre de Babel, el empeño impío por construir más allá de la escala humana que parece surgir tarde o temprano en todas las civilizaciones no se encarnaría aquí en el minarete famoso (que al fin y al cabo se levantó, aunque se mantenga a duras penas en pie), sino en un tronco de cono ancho como una plaza y cortado a poca altura que se deja desmoronar con parsimonia, arranque fracasado de otra torre que habría llegado a ser dos veces más alta. El viajero se pregunta si la condición mítica será compatible con la presencia efectiva. Por grande que sea un objeto, nunca podrá medirse con lo imaginario: una torre de ladrillo de ciento cincuenta metros habría sido sin duda un logro notable, digno de consideración, motivo de crónicas de viajeros ilustrados; pero quedaría tan lejos del cielo como quedan las agujas de acero y cristal que en nuestros días se afanan en superarse unas a otras en pocos metros cada vez cuando la leyenda exigiría saltos exponenciales, de cientos de kilómetros. El mito de la Torre sólo es posible mientras no esté acabada y las noticias de su construcción se repitan de quinta mano por lejanos puertos: cerca de la vieja Delhi está levantando el sultán de los mogules una torre que cubrirá los mares con su sombra. No menos fabulosas debieron sonar en Europa las descripciones de los rascacielos que se iban alzando en Nueva York en los años 30.

Este complejo fue una de las primeras obras de los musulmanes en el territorio conquistado. Como en Córdoba, los constructores echaron mano de las columnas y dinteles que había para componer un espacio indudablemente islámico; a diferencia de Córdoba, sin embargo, los restos violentados (de los que debieron lijar toda representación humana o animal) continúan hablando su propio idioma e impregnan de una extrañeza ineludible al recinto. Por momentos las galerías se desdoblan como una foto virada y nos parece entrever el antiguo templo hindú que echaron abajo para hacer sitio a la mezquita; esa presencia fragmentada y elusiva basta para llenar el aire de dioses de una forma que los edificios intactos no consiguen, al menos en la mente caprichosa del viajero.

La idea de un dios único y sin rostro debió resultar extrañísima a los indios. Aún hoy, con trescientos millones de fieles dando testimonio de lo contrario, a uno le resulta difícil de entender que penetrara aquí el Corán, y querría desentrañar los mecanismos de adaptación que lo hicieron posible. Seguramente la explicación última sea la más simple: allí como acá, con la espada en una mano y la bolsa del dinero en la otra, se puede hacer a la gente que crea en cualquier cosa.

jueves, 31 de julio de 2008

Una idea simpática

Salgo de la atonía veraniega para traer aquí una idea de Matthew Yglesias que encuentro a la vez extravagante y bien traída: si se quiere de veras defender la santidad del matrimonio (traduzco a vuelapluma) entonces antes que prohibir los matrimonios homosexuales habría que prohibir los, digamos, cuartos matrimonios. Una cosa es decir que nadie está libre de un error, o que todo el mundo merece una segunda oportunidad, pero las bodas en serie son realmente una burla de las premisas de la institución de una manera que las bodas gay nunca lo serán. Tal vez algunos deban admitir simplemente que no están hechos para el compromiso a largo plazo.
Si de verdad quisiéramos podríamos sacar petróleo de esta paradoja, pero con este calor mejor dejarlo en el cosquilleo.

martes, 15 de julio de 2008

¿Divino tesoro?

Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo: empeño a cuya realización me espolea una certidumbre firmísima, y no el capricho de ejecutar una zalagarda ideológica o atolondrada travesura del intelecto. Pienso probar que la personalidad es una trasoñación, consentida por el engreimiento y el hábito, mas sin estribaderos metafísicos ni realidad entrañal. Quiero aplicar, por ende, a la literatura, las consecuencias dimanantes de esas premisas, y levantar sobre ellas una estética, hostil al psicologismo que nos dejó el siglo pasado, afecta a los clásicos y empero alentadora de las más díscolas tendencias de hoy.

No es el niño Prada, no. Es Borges, nada menos: un Borges adolescente con todos los pecados de la adolescencia hinchados hasta la exasperación (del lector) por el talento natural: pedantuelo, pagado de sí mismo, empeñado en sorprender con cada palabra, indigestado de ideas de cuarta mano. Inquisiciones, un libro estomagante hasta no poderlo acabar. No es raro que el maestro lo proscribiera, ni se entiende bien que Alianza lo incluya en el catálogo.

Si el más grande escribió alguna vez así, hay esperanza para todos nosotros.

domingo, 13 de julio de 2008

Autopublicación

Después de ver en directo lo fabulosos que quedan los libros de Blurb me he animado a probar. Este primer ensayo -un álbum de fotos de Nápoles- no lleva textos míos (oooooooooh), más que nada porque en más de un año que hace ya del viaje no he sido capaz de pergeñar nada interesante. A cambio he dejado caer fragmentos de Manganelli, Gómez de la Serna o Pascal Quignard que he podido entresacar de mi ahora ordenada biblioteca.
Dejo aquí el enlace con la página de venta, como avanzadilla de prueba por si un día decido colgar algo de más sustancia... y por si a alguien se le antoja regalarse un bonito y exclusivo libro de sobremesa.

lunes, 7 de julio de 2008

Facilidad

Alguien comenta hoy, después de haber oído a Shakira cantar en Madrid, que empieza a utilizar un poco demasiado a menudo su célebre maullidito, como si ya no supiera cantar con naturalidad. Yo apunto que a muchas cantantes de ópera les acaba pasando algo parecido, que abusan de aquello que se les da mejor: el filado de Caballé, la ametralladora de Bartoli, efectos soberbiamente ejecutados que poco a poco se convierten en razón de ser de la interpretación, en lugar de algo que se añade a ella.

A mí lo que se me da mejor son los hallazgos verbales que sintetizan ideas en una fórmula resultona: en seguida se me ocurre que el problema empieza cuando el recurso se convierte en discurso. Por eso mismo no lo digo en voz alta.

viernes, 4 de julio de 2008

Correspondencias

No todos los días se encuentra uno protagonizando un artículo ajeno.