jueves, 14 de mayo de 2009

El arte de la alusión

Nada más terminar de leer The Pickwick papers –un auténtico festín que no sé cómo he tenido en espera tantos años- se me ha ocurrido que a Chesterton debía de gustarle mucho ese libro y seguramente tendría algo escrito sobre él. Más aún, me he atrevido a conjeturar que el paralelismo de Pickwick y Sam Weller con don Quijote y Sancho saldría por algún lado. Bueno, pues no pero sí. Mucho mejor: en un hiperbritánico alarde de lenguaje elíptico, GKCh siluetea la cuestión cervantina con la elegancia última de no señalar:

He had chosen (or somebody else had chosen) that corpulent old simpleton as a person peculiarly fitted to fall down trapdoors, to shoot over butter slides, to struggle with apple-pie beds, to be tipped out of carts and dipped into horse-ponds. But Dickens, and Dickens only, discovered as he went on how fitted the fat old man was to rescue ladies, to defy tyrants, to dance, to leap, to experiment with life, to be a deus ex machinâ and even a knight errant. Dickens made this discovery. Dickens went into the Pickwick Club to scoff, and Dickens remained to pray.

En efecto, Dickens comenzará el libro tomando a su héroe como objeto de burla inmisericorde, un gordo bonachón y pomposo con tendencia a pisar cagadas de perro y recibir tartazos en la cara; pero gradualmente va modificando el enfoque: el ridículo explorador se empeña en mantener la dignidad en las circunstancias más desfavorables, aplica su código de honor (que es de morals before manners) sin reparar en los costes y mantiene por encima de toda adversidad una bonhomía rayana en la santidad.

El lector, no cabe duda, puede percibir esta evolución por sí mismo, pero Dickens la dibuja a través de los ojos del criado más espabilado, independiente y feliz que ha parido la literatura universal. Sam Weller, que no pierde su desparpajo ni ante un juez con peluca, se queda en varios momentos de la novela literalmente paralizado de asombro y ternura ante la ingenuidad triunfante de su amo. Y nosotros con él.

P.S. Por el pudor que da el riesgo de estar señalando lo obvio he vuelto a buscar en google textos que contuvieran Chesterton-Pickwick-Cervantes, y me ha salido en español un concienzudo ensayo de una tal Mercé Potau. Hay que estar ciego y encantado ce conocerse como sólo un profesor de Literatura puede llegar a estarlo para escribir que Chesterton, considerado como el más fino de los críticos de Dickens, no menciona una conexión entre Don Quijote y Mr. Pickwick después de haberse leído con atención profesional estas frases del Gordo:
(..) that our sentiments about Pickwick are very different in the second part of the book from our sentiments in the first; that we find ourselves at the beginning setting out in the company of a farcical old fool, if not a farcical old humbug, and that we find ourselves at the end saying farewell to a fine old England merchant, a monument of genial sanity. (…) For the fault in "Pickwick" (if it be a fault) is a change not in the hero but in the whole atmosphere. The point is not that Pickwick turns into a different kind of man; it is that "The Pickwick Papers" turns into a different kind of book.

(…) In other words, we do not mind the hero changing in the course of a book; but we are not prepared for the author changing in the course of the book. And the author did change in the course of this book. He made, in the midst of this book, a great discovery, which was the discovery of his destiny, or, what is more important, of his duty. That discovery turned him from the author of "Sketches by Boz" to the author of "David Copperfield."

lunes, 11 de mayo de 2009

E vs W

Y un poco más adelante, siempre en el inagotable blog del inagotable Sullivan (que entre que vengo aquí a copiar sus cosas y vuelvo ha actualizado ya un par de veces), un lector le da un interesante tirón de orejas a la manía orientalista, a cuenta de mi santo patrón, además:

I'm often struck by how people find in Eastern traditions valuable insights -- which is great -- and act as though they were not available in the West -- which is a little frustrating and probably a serious indictment of modern education. The lovely quote from your reader about non-attachment in Buddhism is almost exactly like the teachings on the subject by St. Ignatius Loyola in his Spiritual Exercises.

Since Ignatius is right smack in the middle of Western culture, he is of little interest to many who have dismissed such teachings a priori in favor of non-Western sources. This is fine if they find these same valuable ideas there. But it's equally true that Ignatius has taught hundreds of thousands of people for half a millennium the value in the ability "to conquer oneself and to regulate one's life in such a way that no decision is made under the influence of any inordinate attachment." He devised (or synthesized from sources ancient, medieval, and modern) a means to a greater degree of freedom from one's own likes, dislikes, comforts, wants, needs, drives, appetites and passions, so that the soul may choose based solely on what it discerns as God's will is for it.

Me gustaría ver intercambios parecidos en blogs españoles de altísima circulación, como es el de Sullivan. Hace mucho que estoy convencido: si la cultura occidental va a perdurar, será gracias a los yanquis, esos incultos comedores de hamburguesas y adictos a las bombas de los que tanto pero tanto nos gusta reirnos.

C vs R

Una cosa que me mola de los medios norteamericanos es que siguen discutiendo de ciencia y religión como si no hubieran pasado los años. Via Andrew Sullivan doy con esta diatriba de un tal Matt Taibbi contra la diatriba de un tal Terry Eagleton glosado por un tal Stanley Fish (nótese con qué hábil modestia hago ver mi poca familiaridad antes de hoy con estos autores).

Este excelente párrafo condensa admirablemente algunas de mis propias ideas sobre el particular:

As for the actual argument, it’s the same old stuff religious apologists have been croaking out since the days of Bertrand Russell — namely that because science is inadequate to explain the mysteries of existence, faith must be necessary. Life would be meaningless without religion, therefore we must have religion.

But this sort of thinking is exactly what most agnostics find ridiculous about religion and religious people, who seem incapable of looking at the world unless it’s through the prism of some kind of belief system. They seem to think that if one doesn’t believe in God, one must believe in something else, because to live without answers would be intolerable. And maybe that’s true of the humorless Richard Dawkins, who does seem actually to have tried to turn atheism into a kind of religion unto itself. But there are plenty of other people who are simply comfortable not knowing the answers. It always seemed weird to me that this quality of not needing an explanation and just being cool with what few answers we have inspires such verbose indignation in people like Eagleton and Fish. They seem determined to prove that the quality of not believing in heaven and hell and burning bushes and saints is a rigid dogma all unto itself...

miércoles, 22 de abril de 2009

El ejecutor

El Ministro del Interior notifica en rueda de prensa la detención del número uno de ETA: no sabemos quién lo sucederá, pero estamos ya trabajando para detenerlo. El tono firme, profundamente serio, escueto, el gesto exacto de seguridad en sí mismo y su gente. La razón y la fuerza están de su lado, y lo sabe. Lejos de los excesos retóricos de un Trillo o de la campechanía estúpidamente sonriente de un Bono, este es el sheriff en que el poblado puede confiar. ¿Negociación? Eso es cosa del pasado. ETA sólo tiene que decidir si lo deja o espera a la derrota.

Ocurre que ese pasado fue anteayer. Ocurre que precisamente porque ETA escribió una carta diciendo que lo dejaba, fue este mismo sheriff el que nos explicó que negociar era un imperativo moral, el que nos insultó a los que no estábamos conformes y el que ejecutó, con su templada eficacia de siempre, la política destinada a culminar la negociación: negociación que no culminó porque a ETA no le pareció bastante lo que le daban, de modo que no se entiende bien por qué, si otra vez decide que lo deja, no será de nuevo un imperativo moral negociar. No importa: mientras la contradicción no suponga un desgaste político inaceptable no hay inconveniente alguno.

Alfredo Pérez Rubalcaba es un ejecutor, un tipo capaz de ver, valorar y manejar todos los aspectos de una cuestión menos su cariz moral. No se trata de un canalla (eligirá por igual soluciones virtuosas o malvadas, según su utilidad o eficacia), ni da la impresión de ser un sinvergüenza: con todas las cautelas necesarias, me creo que está ahí por vocación de servicio. Es simplemente que las distinciones morales, las opciones ideológicas, las cuestiones de coherencia y sentido no entran en su rango de percepción, no les encuentra ningún significado, no ve que supongan diferencia alguna. Sirve a su señor con la lealtad inteligente y ciega de un samurai, ateniéndose escrupulosamente a los códigos de procedimiento sin entrar ni por un momento a cuestionar las causas a las que presta su espada.

Su parecido físico con Toby Ziegler no debe llamarnos a engaño. En el universo mítico de The West Wing, imagen platónica de la tarea de gobernar, la contrafigura de Rubalcaba no es el adusto ideólogo, sino Josh Lyman, el hombre que saca adelante, con puño de hierro en guante de hierro, las leyes que pergeña el benigno patriarca Bartlett, pero que sacaría igual, si hiciera falta, las de un sucesor republicano. Si Mariano Rajoy consigue el poder es muy probable que en la línea de Sarkozy u Obama conserve piezas exitosas del equipo saliente: un Pere Esteve o un Lorenzo Milá serían elecciones obvias e irreprochables. Pero si de verdad quisiera hacer un gran gesto de estadista le convendría mantener en el cargo a Pérez Rubalcaba. Al fin y al cabo los partidos cada vez se parecen más, y elementos de este calibre no es que sobren precisamente. Si algún día ganamos los buenos, sin embargo, no habrá lugar para gente como él. Ese es el reto.

lunes, 13 de abril de 2009

Dejá vu

Este Viernes Santo me puse a escuchar la Pasión según San Mateo como hacía tiempo que no: de una sentada, tranquilamente, libreto en mano. Y una vez reavivado el entusiasmo por Bach (que lo tenía yo un poco marchito), la primera decisión fue que tenía que comprarme otra versión, que Harnoncourt será muy bueno y muy santo, pero yo no tengo por qué escuchar Blute nur, du liebes Herz a los puñeteros niños habiendo tanta señora magnífica.

Bien, en busca de la mejor grabación (ya está encargada la segunda de Herreweghe, por cierto) me metí en un par de foros de música, y fue como engullir una docena de magdalenas reminiscentes. Cuando me quise dar cuenta llevaba cerca de dos horas leyendo debates circulares sobre si el OVPP (una sola voz para cada parte, en los coros) es lo más grande desde la radio de galena o la muerte definitiva de la civilización occidental, todo ello salpicado de egos infladísimos, análisis histéricamente minuciosos de la postura de la cabeza de un niño en un grabado, trolls más o menos brillantes, eruditos de epidermis delicada, compulsivos llamadores al orden... el mismo ambiente de hará unos diez años, muy al inicio del foro de Mundoclásico, e incluso algunos de los mismos personajes (somos habas contadas).

Lo que más me gustó fue la mezcla de odio, veneración y terror cerval con que se hablaba del gran Bellerofonte en su ausencia.

miércoles, 8 de abril de 2009

Enlazando

Para compensar la inactividad pretendo ir pegando enlaces a cosas que encuentro por ahí. Este es un artículo de Adam Kirsch sobre el estado de espíritu actual de Europa visto a través de sus literatos, que me ha parecido bastante penetrante. Es sorprendente, entre otras cosas, ver lo homogéneos que resultamos los europeos cuando se nos mira desde fuera.

viernes, 3 de abril de 2009

Una primera vez

Anoche vi a Rafa Nadal perder un partido, contra Del Potro. El argentino es un jugador magnífico que se crece en pista rápida, y tampoco se puede ganar siempre, pero este partido fue diferente. Cuando cambié de canal me encontré una situación familiar: Nadal había perdido un set, ganado otro, y mandaba 3-0 en el definitivo, con su saque. Lo de casi siempre: te da esperanzas en el primero, te remonta el segundo devolviendo a las líneas tus mejores golpes y te machaca poco a poco en el tercero hasta que tiras la raqueta y llamas a tu mamá.

Y de repente, como si le hubieran echado un mal de ojo, Nadal se transforma en un jugador mediocre. Ya no es que las falle por mucho, a la grada, a media red; lo peor es que se limita a pasar bolas anodinas hasta que el rival, que tampoco está haciendo florituras, le busca un ángulo jodido. Se le van cuatro juegos seguidos sin hacer apenas un punto, con la cara desencajada, como sin entender lo que ocurre. Después, entre que al otro chaval le tiemblan las muñecas y que de vez en cuando se acuerda de quién es, la cosa se equilibra. El que lleva al tie break es un juego portentoso, marca de la casa, con tres bolas de partido salvadas a base de calidad y huevos. Lo vemos otra vez eléctrico, enrabietado. Ha vuelto, pensamos, justo a tiempo. Casi se le va. Y luego un tie break timorato, entregado sin lucha.

A Rafa lo hemos visto perder partidos épicos, le hemos visto aguantar lesionado hasta tener que retirarse, pero jugar así, triste, funcionarial, indolente... eso no pensaba yo que lo llegáramos a ver. Me quedé con la impresión, seguramente injusta, de que algo se había roto.