Nada más terminar de leer The Pickwick papers –un auténtico festín que no sé cómo he tenido en espera tantos años- se me ha ocurrido que a Chesterton debía de gustarle mucho ese libro y seguramente tendría algo escrito sobre él. Más aún, me he atrevido a conjeturar que el paralelismo de Pickwick y Sam Weller con don Quijote y Sancho saldría por algún lado. Bueno, pues no pero sí. Mucho mejor: en un hiperbritánico alarde de lenguaje elíptico, GKCh siluetea la cuestión cervantina con la elegancia última de no señalar:
El lector, no cabe duda, puede percibir esta evolución por sí mismo, pero Dickens la dibuja a través de los ojos del criado más espabilado, independiente y feliz que ha parido la literatura universal. Sam Weller, que no pierde su desparpajo ni ante un juez con peluca, se queda en varios momentos de la novela literalmente paralizado de asombro y ternura ante la ingenuidad triunfante de su amo. Y nosotros con él.
En efecto, Dickens comenzará el libro tomando a su héroe como objeto de burla inmisericorde, un gordo bonachón y pomposo con tendencia a pisar cagadas de perro y recibir tartazos en la cara; pero gradualmente va modificando el enfoque: el ridículo explorador se empeña en mantener la dignidad en las circunstancias más desfavorables, aplica su código de honor (que es de morals before manners) sin reparar en los costes y mantiene por encima de toda adversidad una bonhomía rayana en la santidad.He had chosen (or somebody else had chosen) that corpulent old simpleton as a person peculiarly fitted to fall down trapdoors, to shoot over butter slides, to struggle with apple-pie beds, to be tipped out of carts and dipped into horse-ponds. But Dickens, and Dickens only, discovered as he went on how fitted the fat old man was to rescue ladies, to defy tyrants, to dance, to leap, to experiment with life, to be a deus ex machinâ and even a knight errant. Dickens made this discovery. Dickens went into the Pickwick Club to scoff, and Dickens remained to pray.
El lector, no cabe duda, puede percibir esta evolución por sí mismo, pero Dickens la dibuja a través de los ojos del criado más espabilado, independiente y feliz que ha parido la literatura universal. Sam Weller, que no pierde su desparpajo ni ante un juez con peluca, se queda en varios momentos de la novela literalmente paralizado de asombro y ternura ante la ingenuidad triunfante de su amo. Y nosotros con él.
P.S. Por el pudor que da el riesgo de estar señalando lo obvio he vuelto a buscar en google textos que contuvieran Chesterton-Pickwick-Cervantes, y me ha salido en español un concienzudo ensayo de una tal Mercé Potau. Hay que estar ciego y encantado ce conocerse como sólo un profesor de Literatura puede llegar a estarlo para escribir que Chesterton, considerado como el más fino de los críticos de Dickens, no menciona una conexión entre Don Quijote y Mr. Pickwick después de haberse leído con atención profesional estas frases del Gordo:
(..) that our sentiments about Pickwick are very different in the second part of the book from our sentiments in the first; that we find ourselves at the beginning setting out in the company of a farcical old fool, if not a farcical old humbug, and that we find ourselves at the end saying farewell to a fine old England merchant, a monument of genial sanity. (…) For the fault in "Pickwick" (if it be a fault) is a change not in the hero but in the whole atmosphere. The point is not that Pickwick turns into a different kind of man; it is that "The Pickwick Papers" turns into a different kind of book.
(…) In other words, we do not mind the hero changing in the course of a book; but we are not prepared for the author changing in the course of the book. And the author did change in the course of this book. He made, in the midst of this book, a great discovery, which was the discovery of his destiny, or, what is more important, of his duty. That discovery turned him from the author of "Sketches by Boz" to the author of "David Copperfield."
1 comentario:
Amén.
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