A la salida del cóctel post presentación me he enganchado con un grupo que venía para el centro, a seguir de copas. En el último momento, contra lo que es mi costumbre, me he visualizado en el Casanova y me ha dado una pereza inmensa. De vuelta a casa (son cuatro minutos) me he acordado de encender el ipod y, en vez del Bisbal que me esperaba en los bares, me ha acompañado a casa Montserrat Caballé cantando La vergine degli angeli en la Scala, 1978. Acababa de incurrir en un ínfimo error, una mínima solución de continuidad en una de esas notas alargadas a media voz que la habían convertido en un mito viviente. Otra cualquiera -ella misma, cualquier otra noche- habría buscado desmelenarse a la primera oportunidad para sacarse la espina. Este número es propicio para una messa di voce que deje al público tetrapléjico, pero en lugar de eso (y no me hablen de prudencia, eso es no conocerla) elige una transparencia rayana en la invisibilidad; un hilo de plata que bordonea entre las voces siempe in crescendo del coro, que brilla sólo según le da la luz, una presencia sutil, vibrante, insoportablemente hermosa que sólo se hace sentir cuando deja de estar. Un momento antes algunos habían empezado a apaludir, pero el loggione los reduce a cenizas respetando -cosa rara- el último acorde de la orquesta, y entonces sí revienta en aplausos.
Queda inaugurado en esta casa el mes Caballé. Porque sí.
Queda inaugurado en esta casa el mes Caballé. Porque sí.
2 comentarios:
Por detalles como ése, Ella ya es inmortal. Y por posts como éste, me parece que usted empieza a hacerse mayor.
;-)
No creo, no, que pudiera escribirlo mejor.
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