jueves, 8 de octubre de 2009

Lo que se dice tener ojo

Al día siguiente de comprarme un libro de relatos de una escritora rumana... le dan el Premio Nobel a otra.

Pues que conste que, sin haber leído a Müller, y tras sólo dos (fabulosos) cuentos de Blandiana, me gusta mucho más esta. Dónde va a parar.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Arranques, II

Es difícil precisar cuándo exactamente comenzó a perder influencia el Sublime Consejero Imperial X’uan. Una caída tan rotunda y definitiva como la que pudimos presenciar la noche pasada, atónitos, los pocos que habíamos acudido a la clausura del Festival de las Flores (aún recuerdo cuando esas ceremonias congregaban a miles; entonces estaban mucho mejor organizadas, es cierto, resulta difícil culpar al público por desertar de espectáculos tan chapuceros como los que se vienen ofreciendo últimamente, pero, en mi humilde y desautorizada opinión, la pérdida de interés es anterior en el tiempo y causa precipitante del descenso en la calidad de los festivales, y no al contrario) no puede deberse a un solo incidente. Una caída así ha de fraguarse poco a poco a lo largo de meses, tal vez años; si lo pensamos bien concluiremos que tiene que haberse empezado a gestar precisamente en los momentos de mayor esplendor de su figura, cuando no había piedra lo bastante pequeña en el imperio, rincón suficientemente alejado, ciudadano cuya insignificancia (me viene a la memoria el caso de mi pariente lejano, el herrero H’ueng, que se encontró su taller clausurado una mañana por decreto inapelable en que se detallaban, una a una, las estafas mínimas que había cometido –escamotear el material de primera, restar un suspiro de espesor a las herraduras, enredar un poquito con el peso- a lo largo de quince años de por lo demás modesto ejercicio, y que al ir a reclamar supo por un secretario que la requisitoria era de puño y letra del Magnánimo Consejero, que no había funcionario intermedio a quien elevar una queja y que mejor dejarlo estar) escapara a su férreo y minucioso control. Ya entonces tuvo que haber algún gesto en apariencia irrelevante, un desaire mínimo, un ir imperceptiblemente más allá en su autosuficiente mangoneo de lo que convenía a su posición siempre equívoca desde el punto de vista dinástico. Pero hizo falta, de ello estoy seguro, un elemento activo que pusiera la semilla de la desconfianza, un susurro en apariencia trivial al oído del Emperador (era tan indolente como dicen, sí, yo lo he visto hacerse trasladar en palanquín de una sala a otra, dictar cartas íntimas y obscenas a secretarios por no tomar la pluma, ordenar que le construyeran un pabellón para quedarse a dormir en un rincón del jardín donde le había sorprendido el atardecer) para echar a rodar la trama que vimos con horror terminar anoche.

Ahora bien, sostener como han hecho algunos que este miserable gusano, este insignificante engranaje de la gloriosa máquina administrativa del Imperio, este pobre infeliz que sólo aspira a jubilarse en su minúscula hacienda de Xaijing pudiera tener algo que ver en la destitución, humillación pública y desmembramiento por tracción de cuatro caballos que sufrió el Glorioso (no me acostumbro a retirarle el tratamiento a pesar de la circular interna al respecto) Consejero Imperial X’uan es un delirio incalificablemente absurdo, una invención maliciosa de cortesanos aburridos, una infamia a la que ustedes, honestísimos y clarividentes miembros de la Comisión, no pueden conceder más crédito que al viento que serpentea en la noche por los callejones del barrio portuario.

martes, 6 de octubre de 2009

Arranques, I

Hay días que amanecen con inminencias de catástrofe, días nublados y ominosos en que el cielo parece gravitar como un bloque solidificado a pocos metros de nuestras cabezas, días complicados de atravesar, con esquinas enconadas e inopinados escalones. Hay días en que los encuentros banales se revisten de una incomodidad viscosa, las conversaciones parecen campos de minas, los intercambios más sencillos nos hacen sentir víctimas de estafas demasiado ridículas para protestar por ellas. Hay días en que nos pesa hasta el aliento, días en que percibimos dolorosamente el funcionamiento de las tripas, en que parece que hay que mover cada palanca interna para que las funciones normalmente automáticas no se detengan o salgan de madre.

El día en que a Salvador Olite se le vino el mundo abajo no era uno de esos.

Trata de arrancarlo...

Me regañan con razón por no escribir. Indago en las causas de esta ya preocupante sequía y encuentro una razón o excusa: soy incapaz de rematar nada. Siguiendo mi costumbre de eludir al enemigo mejor que vencerlo, se me ha ocurrido ponerme a escribir arranques de relatos sin pretensión de continuidad, como gimnasia si se quiere, aunque con la vaga esperanza de que valgan algo por sí mismos. A ver lo que da de sí esta idea.

viernes, 2 de octubre de 2009

Como en casa

Este tajante, demoledor, irrefutable artículo de David Brooks se le puede aplicar perfectamente al fenómeno de simbiosis (en declive, deo gratias) entre el PP y la radio lunática.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Actualizando

Si es por poner algo, la verdad es que incluso el día más tonto alguna cosa se me ocurre. Por ejemplo, hoy, escuchando en el taxi No dudaría, de Antonio Flores, me viene una sesuda reflexión sobre los procesos de creación: a toro pasado, ante la obra terminada (la canción, en este caso), a uno le parece natural y casi diría inevitable que después de esto venga lo otro, y así.

Pero, delante del papel en blanco, a ver: ¿cómo diablos se le ocurre al autor poner ahí el parachururuchuru? Y una vez puesto, ¿cómo decide que queda bien y lo deja? He ahí lo insondable del genio en acción.

Retonno

Iba a contestar en los comentarios, pero entonces mis miles de millones de lectores iban a quedarse sin saber que Miss Mobilette está de vuelta.
Que nunca se había ido del todo lo demuestra mi lista de enlaces, de la que no me animaba a sacarla.
Un beso, guapísima.