lunes, 22 de diciembre de 2008

Si no fuera...


Esta su casa en el aire retoma una tradición interrumpida de felicitarles las fiestas con una canción al día (siempre que los duendes de la informática lo permitan). Para empezar, el hallazgo del año pasado: sentimental y facilona, si quieren, pero directa al hígado. No en vano Martínez Ares echó los dientes escribiendo comparsas de carnaval. Y Raphael... Raphael es el más grande. No se pierdan la gloriosa pirueta autorreferente del final.




sábado, 13 de diciembre de 2008

Así está el patio

Hay un programa de teatro semanal en TVE (bien). Lo estoy viendo ahora: después de una buena (por ácida) crítica de un Hamlet con malísima pinta, sale un tal Jordi Casanovas diciendo que en Barcelona lógicamente interesa más una obra escrita por alguien de allí sobre cosas de allí que no algo de digamos Nueva York. Después añade que los clásicos se pueden hacer, pero hay que reescribirlos, porque obras escritas hace cientos de años no hablan a la gente de ahora.

No hay más preguntas, señoría.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Casualidades

Ayer, para apoyar lo que escribí en los comentarios sobre que la cristiandad es un paraguas muy amplio, pensé vagamente en buscar una frase de The quiet american, que vengo de leer in situ (por así decirlo).
Hoy resulta que Gonzalo la tenía copiada, así que me rindo al dios de las coincidencias:

I've seen a priest, so poor he hasn't a change of trousers, working fifteen hours a day from hut to hut in a cholera epidemic, eating nothing but rice and salt fish, saying his Mass with an old cup -a wooden platter. I don't believe in God and yet I'm for that priest.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Lo obvio

No se trata de la inviolabilidad del Rey (ya he dicho muchas veces que encuentro ridícula y levemente opresora esa protección legal) ni vamos a poner cara de ultraje, que es lo que a ellos les pone. Ni tampoco es cuestión de romper un pacto de gobierno a consecuencia de unas palabras, por imbéciles y sectarias que éstas sean.

Es algo mucho más obvio que uno lleva diciendo desde que empezó a gobernar Rodríguez Zapatero, algo que el exabrupto de Tardá no revela (siempre ha estado claro) pero sí que señala con innegable claridad. Que no tiene ningún sentido gobernar un estado con un partido cuyo objetivo es la destrucción de ese estado, que no se puede administrar el orden constitucional con un partido que sólo aspira a desmontarlo, que basta una brizna de sentido común para entender que con ERC no se puede organizar un proyecto de gobierno. Que hace falta un mínimo de principios compartidos (como el que existe entre PSOE y PP, por ejemplo) para gobernar juntos, que ese mínimo no existe entre PSOE y ERC a no ser que uno de los dos renuncie a todo. Y que no es excluyente ni antidemocrático manifestar esta obviedad: el lugar de los partidos secesionistas sólo puede ser la oposición más o menos marginal, hasta el día en que consigan una mayoría nacional suficiente para proceder, legítimamente, a desmontar el estado tal como su programa prevé.

martes, 9 de diciembre de 2008

Bombay

Los descreídos en dioses o naciones, los materialistas, los partidarios de la libre circulación y competencia de ideas y mercancías, los escépticos ante paraísos prometidos nos encontramos, por definición, más incómodos que nuestros enemigos (y sí, escribo enemigos con plena conciencia) a la hora de manejar retóricas inflamadas. Es difícil encontrar palabras de alto vuelo, frases que inspiren y enciendan la sangre a favor de la tolerancia, el espíritu crítico o la búsqueda de la felicidad individual. Y dios sabe que hay días en que las necesitamos. Suketu Mehta, cronista enamorado y riguroso de esa hermosa locura que es Bombay (My bleeding city. My poor great bleeding heart of a city), escribió en el NYT, al día siguiente de los ataques, un hermoso canto a todo lo que odian en nosotros:

I once asked a Muslim man living in a shack without indoor plumbing what kept him in the city. “Mumbai is a golden songbird,” he said. “It flies quick and sly, and you’ll have to work hard to catch it, but if you do, a fabulous fortune will open up for you”. The executives who congregated in the Taj Mahal hotel were chasing this golden songbird. The terrorists want to kill the songbird.

(...) they would have grown up watching the painted lady that is Mumbai in the movies: a city of flashy cars and flashier women. A pleasure-loving city, a sensual city. Everything that preachers of every religion thunder against. It is, as a monk of the pacifist Jain religion explained to me, “paap-ni-bhoomi”: the sinful land.

(...)They attacked the open-air Cafe Leopold, where backpackers of the world refresh themselves with cheap beer out of three-foot-high towers before heading out into India. Their drunken revelry, their shameless flirting, must have offended the righteous believers in the jihad.

De vez en cuando es necesario decir esas cosas en voz alta, no vaya a ser que los predicadores de toda laya (pienso no sólo en los sádicos asesinos sino también, sin que esto signifique en absoluto meterlos en un mismo saco, en Ratzinger obsesionado con lo que él llama relativismo, en Naomi Klein flagelándonos a todas horas por gustarnos el lujo, en los nostálgicos de no sé qué terruños primigenios) tomen nuestro distraído silencio por un asentimiento avergonzado. Hay una irritante asimetría aquí: en nuestro modesto sueño hay sitio de sobra para monjes, ascetas y hasta nacionalistas vascos; en los sueños de ellos, en cambio, no cabemos nosotros. Con eso debería bastar para elegir sueño o bando.

Mehta propone para el día siguiente a las bombas esta alternativa: Make a killing not in God’s name but in the stock market, and then turn up the forbidden music and dance; work hard and party harder. No me parece un mal plan.


Por cierto, he sabido que un veterano bloguero español y ocasional visitante de esta casa estaba en Bombay ese día y salió sin mayores daños de allí. Un abrazo con alivio retrospectivo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

A las once en casa, ossia la virtù ricompensata

A la salida del cóctel post presentación me he enganchado con un grupo que venía para el centro, a seguir de copas. En el último momento, contra lo que es mi costumbre, me he visualizado en el Casanova y me ha dado una pereza inmensa. De vuelta a casa (son cuatro minutos) me he acordado de encender el ipod y, en vez del Bisbal que me esperaba en los bares, me ha acompañado a casa Montserrat Caballé cantando La vergine degli angeli en la Scala, 1978. Acababa de incurrir en un ínfimo error, una mínima solución de continuidad en una de esas notas alargadas a media voz que la habían convertido en un mito viviente. Otra cualquiera -ella misma, cualquier otra noche- habría buscado desmelenarse a la primera oportunidad para sacarse la espina. Este número es propicio para una messa di voce que deje al público tetrapléjico, pero en lugar de eso (y no me hablen de prudencia, eso es no conocerla) elige una transparencia rayana en la invisibilidad; un hilo de plata que bordonea entre las voces siempe in crescendo del coro, que brilla sólo según le da la luz, una presencia sutil, vibrante, insoportablemente hermosa que sólo se hace sentir cuando deja de estar. Un momento antes algunos habían empezado a apaludir, pero el loggione los reduce a cenizas respetando -cosa rara- el último acorde de la orquesta, y entonces sí revienta en aplausos.

Queda inaugurado en esta casa el mes Caballé. Porque sí.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Pequeño comercio

En vista de que sigo poco resolutivo (no es que no escriba, tengo como ocho cosas en el aire a la vez y las voy lanzando y recogiendo a ver si se acaban solas),y de que me voy (ooootra vez) por esos mundos, les dejo un texto costumbrista de archivo.


Cuando se duermen siestas desmesuradas y se vive a contrapelo del horario normal uno se ve abocado a tratar con esa subespecie de tiendas abiertas todo el día que abunda tanto en nuestros centros históricos. En mi caso esto al menos no me supone andar muy lejos.

Nada más salir, a la izquierda, está el agujero inverosímil (apenas un portalillo) que regentan las Gnomas. Siempre de guardia a la puerta como espíritus tutelares de la calle, bajitas, infladas al borde de la deformidad, con sus caras de luna atezadas por la vida a la intemperie y erizadas de tremendos pelos en lugares donde ni los osos los tienen, las dos hermanas mellizas se turnan (es raro verlas juntas) en su tarea de vigilancia y control urbano, interrumpida raras veces por alguna ocasional transacción. La familia que las acompaña es variable en número e inextricablemente compleja en sus relaciones mutuas. Hay una anciana que suponemos ser la madre, aunque ni la menor sombra de parecido (si exceptuamos el bigote) autoriza tal presunción; no parece, en cualquier caso, ejercer ningún tipo de autoridad sobre las hermanas; se sienta sin rechistar en una silla de enea en el interior, dejando la ocupación de la acera para la Gnoma de turno.

Gnoma Uno (en adelante Gnoma Buena) atiende normalmente en solitario, aunque no es raro verla acompañada de uno o varios niños de vecinos. Tiene una sonrisa fácil y abarcadora, una benevolencia genérica que convierte su tramo de acera en una isla de placidez y buenos propósitos. Nunca he intercambiado con ella más de cuatro palabras, pero cuento siempre con su saludo afectuoso de gallina clueca; además, como cada vez que me pongo guapo me mira al pasar con ojillos chispeantes (y una vez que me puse smoking me siseó), no negaré que siento debilidad por ella.

A Gnoma Dos (en adelante Gnoma Dos) la acompaña en cambio un hombre anodino, de edad indefinida y constantes vitales próximas a la hibernación, un pasmarote que resulta inverosímil como marido pero no menos difícil de ubicar en cualquier otro rol. Jamás lo he visto contribuir en lo más mínimo al negocio (la bienintencionada hipótesis de que su presencia tenga una función intimidatoria se desvanece nada más echar un vistazo comparativo a los negros como montañas de los que teóricamente tendría que proteger el puesto), y aunque con ciertos parroquianos escogidos es capaz de desplegar una arrolladora charlatanería, lo normal es que permanezca encerrado en un mutismo al que hay que reconocerle la carencia total de hostilidad.

Ya es bastante hostil Gnoma Dos, para el caso. Tiene prácticamente los mismos rasgos de su hermana, pero resulta imposible confundirlas; como en los cuentos infantiles, su personalidad se construye por oposición y se refleja sin distorsiones en la expresión de la cara. Tan hosca y antipática como acogedora es la hermana, uno cruza de acera para evitar el trance de quedarse a medio saludo, congelado por una mirada de completa indiferencia. ¿Reserva quizá sus afectos para el núcleo familiar? Lo dudo; rara vez se le ve una muestra de interés humano, y hay que tener en cuenta que este extraño grupo pasa la mayor parte del día en su pequeño escenario, a la vista de todos.

Hay además una mujer viejísima que vive enfrente, asomada siempre que la salud se lo permite a la ventana de un bajo (cuando no está queda en el alféizar, como inquietante recordatorio, un muñeco incongruente, un bebé negro de ojos revirados). No está claro que pertenezca a la familia, pero Gnoma Buena tiene con ella ternuras de nieta preferida. El otro día la llevaba de paseo en silla de ruedas: en cuanto vio hueco en la acera se puso a corretearla: la vieja, rapada y minúscula, se reía con ojos de niña pequeña; GB, embalada, con la sonrisa de lado a lado, sacó tiempo para hacerme un saludito jubiloso con la ceja.

En lo que no se distinguen las hermanas es en la rapacidad. Los precios, como suele pasar en estas tiendas, van en función de la necesidad. Por una lata de cerveza un domingo de partido me cobran más de lo que me cuesta el satélite, y el hielo (nunca he conseguido que me llegue el hielo hasta el final, en las fiestas) se lo acabo pagando sin rechistar a precio de gin-tonic. Nunca tienen lo que uno quiere, y el sucedáneo cuesta el doble. El pan es de anteayer y las latas de conservas perennes en su estante (¿quién va a comprar berberechos de urgencia?) aparecen coronadas de una herrumbre más flagrante que sospechosa. Aunque es fácil y seguramente merecido el elogio del pequeño comercio, y aunque esta tiendecilla en particular sea completamente irrepetible con sus carteles recortados de embalajes y escritos a mano (“No se fía”, “Hay tabaco”), su tablón de anuncios gratuito que ML llama el internet del barrio y su insondable almacén bajo alguna escalera en que se adentran las Gnomas para salir al cabo del rato con las manos vacías, lo cierto es que uno, con toda la mala conciencia que se quiera, no ve la hora de que abran un Opencor.