Anoche vi a Rafa Nadal perder un partido, contra Del Potro. El argentino es un jugador magnífico que se crece en pista rápida, y tampoco se puede ganar siempre, pero este partido fue diferente. Cuando cambié de canal me encontré una situación familiar: Nadal había perdido un set, ganado otro, y mandaba 3-0 en el definitivo, con su saque. Lo de casi siempre: te da esperanzas en el primero, te remonta el segundo devolviendo a las líneas tus mejores golpes y te machaca poco a poco en el tercero hasta que tiras la raqueta y llamas a tu mamá.
Y de repente, como si le hubieran echado un mal de ojo, Nadal se transforma en un jugador mediocre. Ya no es que las falle por mucho, a la grada, a media red; lo peor es que se limita a pasar bolas anodinas hasta que el rival, que tampoco está haciendo florituras, le busca un ángulo jodido. Se le van cuatro juegos seguidos sin hacer apenas un punto, con la cara desencajada, como sin entender lo que ocurre. Después, entre que al otro chaval le tiemblan las muñecas y que de vez en cuando se acuerda de quién es, la cosa se equilibra. El que lleva al tie break es un juego portentoso, marca de la casa, con tres bolas de partido salvadas a base de calidad y huevos. Lo vemos otra vez eléctrico, enrabietado. Ha vuelto, pensamos, justo a tiempo. Casi se le va. Y luego un tie break timorato, entregado sin lucha.
A Rafa lo hemos visto perder partidos épicos, le hemos visto aguantar lesionado hasta tener que retirarse, pero jugar así, triste, funcionarial, indolente... eso no pensaba yo que lo llegáramos a ver. Me quedé con la impresión, seguramente injusta, de que algo se había roto.
Y de repente, como si le hubieran echado un mal de ojo, Nadal se transforma en un jugador mediocre. Ya no es que las falle por mucho, a la grada, a media red; lo peor es que se limita a pasar bolas anodinas hasta que el rival, que tampoco está haciendo florituras, le busca un ángulo jodido. Se le van cuatro juegos seguidos sin hacer apenas un punto, con la cara desencajada, como sin entender lo que ocurre. Después, entre que al otro chaval le tiemblan las muñecas y que de vez en cuando se acuerda de quién es, la cosa se equilibra. El que lleva al tie break es un juego portentoso, marca de la casa, con tres bolas de partido salvadas a base de calidad y huevos. Lo vemos otra vez eléctrico, enrabietado. Ha vuelto, pensamos, justo a tiempo. Casi se le va. Y luego un tie break timorato, entregado sin lucha.
A Rafa lo hemos visto perder partidos épicos, le hemos visto aguantar lesionado hasta tener que retirarse, pero jugar así, triste, funcionarial, indolente... eso no pensaba yo que lo llegáramos a ver. Me quedé con la impresión, seguramente injusta, de que algo se había roto.
1 comentario:
¿No se habrá echado una medio novieta?
Sirwood.
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