El Ministro del Interior notifica en rueda de prensa la detención del número uno de ETA: no sabemos quién lo sucederá, pero estamos ya trabajando para detenerlo. El tono firme, profundamente serio, escueto, el gesto exacto de seguridad en sí mismo y su gente. La razón y la fuerza están de su lado, y lo sabe. Lejos de los excesos retóricos de un Trillo o de la campechanía estúpidamente sonriente de un Bono, este es el sheriff en que el poblado puede confiar. ¿Negociación? Eso es cosa del pasado. ETA sólo tiene que decidir si lo deja o espera a la derrota.
Ocurre que ese pasado fue anteayer. Ocurre que precisamente porque ETA escribió una carta diciendo que lo dejaba, fue este mismo sheriff el que nos explicó que negociar era un imperativo moral, el que nos insultó a los que no estábamos conformes y el que ejecutó, con su templada eficacia de siempre, la política destinada a culminar la negociación: negociación que no culminó porque a ETA no le pareció bastante lo que le daban, de modo que no se entiende bien por qué, si otra vez decide que lo deja, no será de nuevo un imperativo moral negociar. No importa: mientras la contradicción no suponga un desgaste político inaceptable no hay inconveniente alguno.
Alfredo Pérez Rubalcaba es un ejecutor, un tipo capaz de ver, valorar y manejar todos los aspectos de una cuestión menos su cariz moral. No se trata de un canalla (eligirá por igual soluciones virtuosas o malvadas, según su utilidad o eficacia), ni da la impresión de ser un sinvergüenza: con todas las cautelas necesarias, me creo que está ahí por vocación de servicio. Es simplemente que las distinciones morales, las opciones ideológicas, las cuestiones de coherencia y sentido no entran en su rango de percepción, no les encuentra ningún significado, no ve que supongan diferencia alguna. Sirve a su señor con la lealtad inteligente y ciega de un samurai, ateniéndose escrupulosamente a los códigos de procedimiento sin entrar ni por un momento a cuestionar las causas a las que presta su espada.
Su parecido físico con Toby Ziegler no debe llamarnos a engaño. En el universo mítico de The West Wing, imagen platónica de la tarea de gobernar, la contrafigura de Rubalcaba no es el adusto ideólogo, sino Josh Lyman, el hombre que saca adelante, con puño de hierro en guante de hierro, las leyes que pergeña el benigno patriarca Bartlett, pero que sacaría igual, si hiciera falta, las de un sucesor republicano. Si Mariano Rajoy consigue el poder es muy probable que en la línea de Sarkozy u Obama conserve piezas exitosas del equipo saliente: un Pere Esteve o un Lorenzo Milá serían elecciones obvias e irreprochables. Pero si de verdad quisiera hacer un gran gesto de estadista le convendría mantener en el cargo a Pérez Rubalcaba. Al fin y al cabo los partidos cada vez se parecen más, y elementos de este calibre no es que sobren precisamente. Si algún día ganamos los buenos, sin embargo, no habrá lugar para gente como él. Ese es el reto.
Ocurre que ese pasado fue anteayer. Ocurre que precisamente porque ETA escribió una carta diciendo que lo dejaba, fue este mismo sheriff el que nos explicó que negociar era un imperativo moral, el que nos insultó a los que no estábamos conformes y el que ejecutó, con su templada eficacia de siempre, la política destinada a culminar la negociación: negociación que no culminó porque a ETA no le pareció bastante lo que le daban, de modo que no se entiende bien por qué, si otra vez decide que lo deja, no será de nuevo un imperativo moral negociar. No importa: mientras la contradicción no suponga un desgaste político inaceptable no hay inconveniente alguno.
Alfredo Pérez Rubalcaba es un ejecutor, un tipo capaz de ver, valorar y manejar todos los aspectos de una cuestión menos su cariz moral. No se trata de un canalla (eligirá por igual soluciones virtuosas o malvadas, según su utilidad o eficacia), ni da la impresión de ser un sinvergüenza: con todas las cautelas necesarias, me creo que está ahí por vocación de servicio. Es simplemente que las distinciones morales, las opciones ideológicas, las cuestiones de coherencia y sentido no entran en su rango de percepción, no les encuentra ningún significado, no ve que supongan diferencia alguna. Sirve a su señor con la lealtad inteligente y ciega de un samurai, ateniéndose escrupulosamente a los códigos de procedimiento sin entrar ni por un momento a cuestionar las causas a las que presta su espada.
Su parecido físico con Toby Ziegler no debe llamarnos a engaño. En el universo mítico de The West Wing, imagen platónica de la tarea de gobernar, la contrafigura de Rubalcaba no es el adusto ideólogo, sino Josh Lyman, el hombre que saca adelante, con puño de hierro en guante de hierro, las leyes que pergeña el benigno patriarca Bartlett, pero que sacaría igual, si hiciera falta, las de un sucesor republicano. Si Mariano Rajoy consigue el poder es muy probable que en la línea de Sarkozy u Obama conserve piezas exitosas del equipo saliente: un Pere Esteve o un Lorenzo Milá serían elecciones obvias e irreprochables. Pero si de verdad quisiera hacer un gran gesto de estadista le convendría mantener en el cargo a Pérez Rubalcaba. Al fin y al cabo los partidos cada vez se parecen más, y elementos de este calibre no es que sobren precisamente. Si algún día ganamos los buenos, sin embargo, no habrá lugar para gente como él. Ese es el reto.