martes, 3 de febrero de 2009

Un buen fin de semana, I

Viernes, Londres

Un descubrimiento

El barrio de St. James estaba tan ahí, tan en medio que nunca se le había ocurrido a uno pasearlo. Está lleno de pequeños acontecimientos londinenses, entre ellos una estupenda placita, Mason’s Yard, donde una sólida biblioteca recientemente renovada enfrenta su fachada de ladrillo con magníficas ventanas al ever-so-fashionable White Cube II, extrañamente exento en una ciudad de medianeras.

Compras

En Lock & Co, (by appointment to H.R.H. the Prince of Wales hatters) los sombreros saldrán un poco caros, pero la conversación de los dependientes no tiene precio. El viajero salió de allí con un Trilby azul marino que milagrosamente se enrolla para llevarlo de viaje en su caja cilíndrica y recupera la forma con dos toques, y que hubo de ser concienzudamente cepillado en la trastienda antes de considerarlo digno de entregar a un cliente.

Nada más entrar en Duchamp se observa el salto (a peor, seguramente) entre el viejo comercio británico y las nuevas formas del lujo. En un local de escasos veinte metros cuadrados la estiradísima encargada se lo queda mirando a uno sin dirigirle la palabra, considerando con aire abstraído la improbabilidad de una venta. El producto es, todo hay que decirlo, fabuloso y feliz en su delirio colorista. El viajero quería una corbata extravagante pero irreprochable para la boda de su hermano, y encontró exactamente lo que buscaba.

Los escaparates de Cecil Court son inagotablemente interesantes de ver, pero resultan un poco intimidantes para el que no sea bibliófilo. Sin embargo cada tienda tiene un sotanillo al que se baja por una escalera casi vertical de madera y donde están los libros de ocasión. Allí sí que se encuentra en su elemento el viajero, husmeando entre el olor a humedad y papel viejo. Dos joyitas se lleva por ocho libras: una obra de teatro de J.M. Barrie (al que estaba queriendo leer desde la pertubadora y espléndida Kensington Gardens, y que al primer vistazo arroja la evidencia de que este hombre que sabía cómo hablan de verdad los niños) y un libro inclasificable de Edith Sitwell dedicado a los insomnes, recopilación de lecturas apacibles (o que ella consideraba tales) para conciliar el sueño.

Una visita debida

Esta vez se animó el viajero a asomarse a la National Portrait Gallery, vieja deuda siempre diferida en favor de exposiciones más apremiantes. Si se lo toma uno en serio, leyéndose todas las semblanzas de los retratados, es un museo agotador además de una fuente inagotable de delicias para el anglófilo. Con la Restauración el viajero se dio por saturado y enfiló hacia el fantástico bar de la última planta; habrá que seguir otro día.

Planes

Camino a Covent Garden el viajero recoge folletos de un par de teatros. En el Haymarket Ian Mckellen y Patrick Stewart van a hacer Esperando a Godot a partir de mayo, mientras que el Wyndham's Theatre programa sucesivamente Twelveth night con Derek Jacobi, Madame de Sade, de Mishima, con Judi Dench, y un Hamlet con Jude Law. Habrá que volver en primavera.

Un operón

Die Tote Stadt es un pedazo de obra que ha pagado su tributo a los caprichos de la moda y vuelve con fuerza al repertorio para quedarse. Puccini meets Freud habría titulado la prensa si se estrenase hoy, y no podríamos acusarlos de simplificar demasiado. Esta crítica pone el dedo en una indudable llaga pero marra el veredicto: es cierto que Korngold lleva todo el tiempo las venas del cuello hinchadas hasta el paroxismo: tenía 22 años y quería hacerlo todo de una vez: pero ¿no es esa exageración lo que amamos de la ópera? An overdose of gorgeousness, dice el tío, y a uno le entran ganas de responder So what?

Lástima del tenor escasito de medios, que impide hablar de una función redonda. Los artificios escénicos para separar/fundir sueño y realidad resultaron ingeniosos y eficaces a pesar de algún capricho (la cantante calva, ¿por qué?), el torrente orquestal fluyó irresistible, con remansos de canto sonámbulo de rara belleza y Gerald Finley se robó limpiamente la función con su canción de Pierrot.

3 comentarios:

T dijo...

Y ya que se entretuvo en Lock ¿No hizo lo mismo cuatro pasos más arriba en Lobb? No sé si pegaría la hebra con las dependientas de Lock, porque el piso de arriba está dedicado a las señoras, pero le aseguro que tampoco tiene precio.

Ignacio dijo...

Lobb me dio miedo, si le digo la verdad. Estaba yo disparatadamente gastoso esa tarde y no me habría podido resistir a algún dispendio irremediable.

Brian dijo...

Elegante, sobrio, preciosista... Darse una vuelta por esta casa (en el aire) sigue siendo un placer que uno siempre acaba lamentando no darse más a menudo.

Un saludo