miércoles, 9 de septiembre de 2009
Retonno
jueves, 13 de agosto de 2009
¿Será posible?
El estadio se llamaba, abundando con reconcentramiento en la simetría, Filipo II. Nadie, que yo sepa, ha rozado estas asociaciones evidentes. Son malos tiempos para la épica.
lunes, 3 de agosto de 2009
Exilios
En La ignorancia, última por ahora de sus novelas, Kundera disecciona las trampas del retorno. La narración fluye, como de costumbre, con lúcida y distanciada facilidad, pero al viajero le parece distinguir en ella, entreveradas, hebras de un rencor mal resuelto. Hace poco ha sabido, leyendo una conversación entre Philip Roth e Ivan Klima, de la sorda animadversión con que los escritores checos reciben a su exitoso compatriota. ¿Envidia? Klima lo descarta con patriarcal ecuanimidad, pero sus explicaciones suenan penosamente difusas e inconsistentes hasta que roza, con mil cuidados, el núcleo duro de la resistencia: ha perdido contacto con la realidad checa, su visión es la de un extranjero. Nos abandonó, querría decir y no se anima. No ha vivido los tiempos duros y ahora viene a contarlo. Se percibe casi físicamente la incomodidad con que el norteamericano cambia de tema, como quien se ha asomado sin querer a una turbia disputa de familia.
Es difícil entonces no entender la novela como un ajuste de cuentas. Irena se encuentra con sus antiguas amigas en un restaurante de la Ciudad Vieja. Ha llevado una caja de buen vino francés, pero ellas se lo rechazarán sin miramientos: no sabríamos apreciar ese vino tan caro, donde esté una buena cerveza... Este desplante que a ella, empeñada en mantener un muy kunderiano distanciamiento, le hace mucho menos daño que al lector, se va a erigir en clave de todo lo que separa al exiliado de quienes se quedaron. Haga lo que haga, nunca volverá a ser de los suyos, y la melancolía final del asunto estriba en que no es culpa de nadie. No podía haber sido de otra manera: es la Historia la que condena al exiliado a pasear como un extranjero por calles que un día fueron suyas. El anhelo romántico que en veladas de guitarra y alcohol barato (yo pisaré las calles nuevamente) alimentó nostalgias y esperanzas no era, nos dice Kundera, realizable. Nadie pisa dos veces la misma calle.
Queda la mirada, una mirada desdoblada y ambigua que no es ya la del ciudadano que fue pero tampoco la del recién llegado que en su enamoramiento ocasional pretende a base de impresiones rápidas y datos dispersos hacerse (¡nada menos!) con el alma de la ciudad. Irena pasea por el barrio de su juventud:
Se detiene en la acera, repentinamente cautivada. Bajo el sol de otoño aquel barrio con jardines sembrados de pequeñas casas revela una discreta belleza que la sobrecoge y la incita a dar un largo paseo.
Vista desde donde pasea ahora, Praga es un largo echarpe verde de barrios apacibles, con pequeñas calles jalonadas de árboles. Es esa Praga la que le gusta, no aquella, suntuosa, del centro; esa Praga surgida a finales del siglo pasado, la Praga de la pequeña burguesía checa, la Praga de su infancia, donde en invierno esquiaba por callejuelas que subían y bajaban, la Praga en la que los bosques circundantes penetraban secretamente a la hora del crepúsculo para esparcir su perfume.
miércoles, 22 de julio de 2009
Concisión
Abrimos el libro de Dante, buscamos el pasaje que en nuestro recuerdo era una tabla mosaica, que explica y sella destinos en esta tierra y más allá, y lo descubrimos encerrado en un terceto. No es raro que, elevada lentamente sobre el teclado una de sus ciudades de Dios, Bach nos muestre de nuevo la piedra angular: cuatro pequeñas notas.Aquel verano dorado de Charles y Sebastian que en mi imaginería particular ha llegado a representar todo el fulgor y la belleza de los veinte años, la posibilidad de un goce ajeno a miedos y culpas, bendito, puro, capaz todavía de aplazar indefinidamente el dolor; aquella frágil e indestructible burbuja veneciana que refuta el tiempo y los derrumbes por llegar ocupa en la novela (diálogos aparte) este párrafo solo:
The fortnight in Venice passed quickly and sweetly –perhaps too sweetly; I was drowning in honey, stingless. On some days life kept pace with the gondola, as we nosed through the side-canals and the Boardman uttered his plaintive musical bird-cry of warning; on other days with the speed-boat bouncing over the lagoon in a stream of sun-lit foam; it left a confused memory of fierce sunlight on the sands and cool, marble interiors; of water everywhere, lapping on smooth stone, reflected in a dapple of light in painted ceilings; of a night at the Corombona palace such as Byron might have known, and another Byronic night fishing for scampi in the shallows of Chioggia, the phosphorescent wake of the little ship, the lantern swinging in the prow, and the net coming up full of weed and sand and floundering fishes; of melon and prosciutto on the balcony in the cool of the morning; of hot cheese sandwiches and champagne cocktails at Harry’s bar.
martes, 9 de junio de 2009
Obama en El Cairo
Empecemos pues por lo malo. Efectivamente es (y no sólo porque se dirija a los creyentes) un discurso religioso de principio a fin, esto es, un discurso que asume con naturalidad y se construye desde la convicción de que dios existe; entonces, ¿por qué no me chirrían los dientes como a Arcadi cuando lo escucho? Claro que me estorba tanto beaterío (lo del velo, caramba, que yo no tengo clara su prohibición en la escuela por no parecerme del todo un signo religioso, por lo que tenga de derecho al pudor, pero este hombre lo defiende por simbólico), claro que hubiera preferido una orgullosa afirmación del espíritu crítico frente al dogma, de la risa frente al ultraje, de los derechos del hombre frente a los derechos de las culturas; pero francamente no esperaba tal cosa de un presidente de los EE.UU. Me basta con el concepto, genuinamente americano, de religiosidad genérica, relativista y ferozmente privada: todos somos hijos de dios, cada uno lo adora como le parece, hay sitio para todos y nadie puede imponer su versión. Yo no creo, sólo faltara, que todos seamos hijos de nadie, y me irrita esa asunción de que las supersticiones son verdad, pero no puedo estar ciego al hecho de que, sometidas a tal depuración, esas supersticiones son bastante compatibles con el conjunto de valores civilizados en los que sí creo. Yo podría vivir perfectamente (aunque siempre animado de un sordo cabreo) en la tierra de In god we trust, al igual que puedo vivir entre brote y brote de irritación en esta monarquía aconfesional con colegios de curas subvencionados. Donde no podría aguantar ni un minuto es en Egipto o Irán, y de esa brecha, que demasiadas veces se olvida en un afán por igualarlo todo, trata en mi opinión el discurso de Obama.
Una religión que acepta la posibilidad de otras es en último extremo una religión diluida, inerte, inofensiva: un vicio privado, un capricho del espíritu, un pálpito íntimo. Si ser musulmán es como ser filatélico, entonces qué más nos da a los que no les encontramos interés a los sellos. Y el muy religioso Obama les está proponiendo a los muy religiosos musulmanes exactamente esto: la autodestrucción de su fe tal como la entienden. El ejemplo lo tienen delante de las narices, el cristianismo hace tiempo ya que emprendió ese camino hacia la filatelia y sólo algunos resistentes (casi todos en EE.UU.) pretenden hoy día invadir con su fe en ristre el espacio público. Aquí en mi tierra lo más que invaden es las calles del centro una vez al año, en estupendo y ampliamente compartido ejercicio folclórico.
Sin embargo es fácil entender que ponerles un ejemplo cristiano a estos señores tan suyos habría sido igual de eficaz que el lamento del profesor Higgins (Why can’t women be like me?). El presidente, que es bastante más listo que su predecesor, ha preferido valerse de una construcción más o menos mítica que al parecer tiene su peso en el imaginario musulmán: lo menos importante es si existió, o hasta qué punto, la tolerancia en Al Andalus; lo que cuenta es que opera como posibilidad.
El choque con la realidad, como mostraba esa tremenda foto de los encapuchados de Hamas frente a la tele, puede ser tremendo. Decir, como dijo Obama, que el Islam es pacífico y tolerante y benévolo para con toda la humanidad suena a wishful thinking o peor aún, a ensalmo infantil. Es muy difícil afirmarlo con la tranquila contundencia que exhibió, sin romper a reir ni ponerse colorado. Yo no sería capaz, desde luego, pero esa es una de las mil razones por las que no me hacen presidente del mundo. Los discursos son armas, y a mí esta me pareció bien calibrada. Poner a los musulmanes ante una imagen edulcorada de ellos mismos, decirles que son abiertos y respetuosos con el otro en la esperanza de que se lo crean puede ser mejor estrategia que describirlos como la panda de fanáticos irracionales que mayoritariamente son. Porque las identidades se inventan, y las religiones son tan cambiantes como cualquier institución humana. Estoy convencido de que si un obispo del siglo XII se encontrara con un feligrés cualquiera de ahora mismo le parecería un pecador impenitente, un hereje peligroso, casi un ateo. Tal vez sea posible, tal vez no, que los musulmanes de mañana se parezcan menos a sus padres que a los inofensivos cristianos a los que tanto nos gusta criticar. Un discurso como este no puede hacer mucho al respecto, pero desde luego no estorba.
jueves, 4 de junio de 2009
La eternidad del lujo (II)

Hay en Carlsbad un gran número de establecimientos de primer orden montados con todas las exigencias científicas, y al propio tiempo con grandísimo lujo. Entre ellos, el principal es el Kurhaus, luego hay el Baño Nuevo, la casa de baños del Hervidero, con galería magnífica de vidrios emplomados, y el Baño Elisabeth: mas para las personas de la realeza y la alta aristocracia hay el Baño Imperial, de moderna construcción, de estilo Renacimiento y montado con un lujo extraordinario. Posee un espléndido vestíbulo y, al lado de la monumental escalera exterior, hay dos rampas para coches de mano; tiene ascensor hidráulico, ingenioso artefacto que dispensa subir escaleras; peluquería de alta fantasía y cosmética suprema; salones deslumbrantes para fiestas de alcurnia y otros de descanso para señoras y caballeros fatigados. Los criados y camareras realizan los servicios con pasos de ballet al son de músicas ejecutadas por una orquesta oculta tras los cortinajes. Hay una serie de cuartos de baño dispuestos en semicírculo, todos ellos provistos de un gabinete para desnudarse, recubiertos de azulejos y con retrete, tocador, calefacción al vapor y estufa para calentar la ropa de baño, siendo de notar que todo ello está perfumado con un perfume distinto cada día de la semana. El primero de estos cuartos está destinado exclusivamente a reyes y emperadores, pues además de estas dependencias, tiene un salón ricamente amueblado para, si se tercia, celebrar Consejo de Ministros.



La eternidad del lujo (I)





