Hay que jugar contra los argentinos. Sólo ellos te dan la medida de lo que vales. Los trucos de siempre, los que nos sirven para pasar por encima de belgas o turcos no valen con ellos, te los ven y los neutralizan con el piloto automático. Hay que moverla más rápido, soltarla antes, fintar mejor y más inesperado. Porque si no, te la cortan y cuando la tienen les toca a ellos, y su bolsa de trucos es tan buena como la nuestra, un poco más vieja quizá pero variadamente asesina.
Somos mejores (somos, de hecho, los mejores) pero hay que demostrarlo en el campo, y no hay piedra de toque mejor que estos bastardos, marrulleros, fabulosos futbolistas que incluso en uno de sus momentos más bajos te la lían en cinco minutos.
Escribo en el descanso. Ganamos 1-0. Si me lo hubieran contado hace tres años (no el resultado, ni siquiera el juego, sino el aire del partido, el miedo que damos, la consciente chulería de este comentario) no me lo habría creído. Mientras dure, pienso gozar como un oso pardo.
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