viernes, 27 de noviembre de 2009
viernes, 20 de noviembre de 2009
Lo mejor de internet
La posibilidad, tan familiar ahora pero impensable hace no tanto, de comentar las noticias. Sí, la inmensa mayoría de los comentarios son basura gritona (métanse en los de Marca si quieren ahondar en el desprecio a la raza humana), pero de vez en cuando surge la maravilla.
Esta crítica del NYT a Los abrazos rotos es el tipo de cosita deferente que se escribe antes de ver la película, la crítica que al propio Almodóvar le gusta leer y que le está impidiendo darse cuenta del túnel en que anda metido.
Pero aparecen los comentaristas: gente culta, inteligente y con ojos en la cara, que han ido a ver la película y se han formado una opinión. No están afectados por ninguna guerrita cultural o ideológica, no comparten el odio irracional de la derecha ni el baboseo condescendiente de la izquierda que imposibilitan un juicio cultural en España. Les gusta el cine, y les decepciona esta mala película de un gran director. Y lo argumentan, dejando al crítico titular en pelota picada. Esto antes no podía darse, esto es una maravilla por la que vale la pena tragarse todos los exabruptos politizados de cada día.
Nota aparte merece el corresponsal madrileño, Emilio, que retrata con exactitud y el grado justo de melancolía el recorrido de toda nuestra generación con el gran manchego. Me gusta pensar que Almodóvar lo leerá (no es improbable). Y que no le dirá nada que él no sepa ya.
Esta crítica del NYT a Los abrazos rotos es el tipo de cosita deferente que se escribe antes de ver la película, la crítica que al propio Almodóvar le gusta leer y que le está impidiendo darse cuenta del túnel en que anda metido.
Pero aparecen los comentaristas: gente culta, inteligente y con ojos en la cara, que han ido a ver la película y se han formado una opinión. No están afectados por ninguna guerrita cultural o ideológica, no comparten el odio irracional de la derecha ni el baboseo condescendiente de la izquierda que imposibilitan un juicio cultural en España. Les gusta el cine, y les decepciona esta mala película de un gran director. Y lo argumentan, dejando al crítico titular en pelota picada. Esto antes no podía darse, esto es una maravilla por la que vale la pena tragarse todos los exabruptos politizados de cada día.
Nota aparte merece el corresponsal madrileño, Emilio, que retrata con exactitud y el grado justo de melancolía el recorrido de toda nuestra generación con el gran manchego. Me gusta pensar que Almodóvar lo leerá (no es improbable). Y que no le dirá nada que él no sepa ya.
sábado, 14 de noviembre de 2009
Una gozada
Hay que jugar contra los argentinos. Sólo ellos te dan la medida de lo que vales. Los trucos de siempre, los que nos sirven para pasar por encima de belgas o turcos no valen con ellos, te los ven y los neutralizan con el piloto automático. Hay que moverla más rápido, soltarla antes, fintar mejor y más inesperado. Porque si no, te la cortan y cuando la tienen les toca a ellos, y su bolsa de trucos es tan buena como la nuestra, un poco más vieja quizá pero variadamente asesina.
Somos mejores (somos, de hecho, los mejores) pero hay que demostrarlo en el campo, y no hay piedra de toque mejor que estos bastardos, marrulleros, fabulosos futbolistas que incluso en uno de sus momentos más bajos te la lían en cinco minutos.
Escribo en el descanso. Ganamos 1-0. Si me lo hubieran contado hace tres años (no el resultado, ni siquiera el juego, sino el aire del partido, el miedo que damos, la consciente chulería de este comentario) no me lo habría creído. Mientras dure, pienso gozar como un oso pardo.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Los caminos de la Red
Como estoy leyendo y escribiendo cosas de Praga, me aparece a menudo el nombre de Jan Neruda, grandísimo escritor menor. Ayer me entró la curiosidad obvia: ¿qué demonios podía tener que ver el poeta Pablo (en el siglo Neftalí Reyes) con el cuentista Jan? Las primeras entradas en google dan cuenta de que el chileno eligió expresamente el apellido del checo como seudónimo, cosa que me resultaba cuando menos complicada de creer.
Lo mismo le sucedía al doctor Robertson (coterráneo del poeta, hombre cosmopolita y de inquieta cultura) hasta que emprendió una de esas descabelladas investigaciones eruditas que son la sal de la vida. A medida que tira de los escasos hilos disponibles van desfilando por el texto, enhebrados por la figura de Sherlock Holmes, virtuosos del violín de nombres dudosos, espías austrohúngaros desenmascarados, promotores de conciertos, periodistas sagaces, partituras autógrafas y Stradivarius regalados por oscuros personajes de la realeza, amén de juegos especulares con la seudonimia, de rastreos melancólicos en librerías de viejo, un amor desmedido por los acertijos, el color de época, los cotilleos ajados.
Además de todo, a mí me convence la conclusión sobre el seudónimo (más que la explicación extendida por el propio poeta, desde luego). Es una lástima que don Enrique Robertson se guste un poco demasiado en la narración, le pierda la medida a las digresiones y meandros, abuse del coqueteo de mostrar y esconder los hallazgos. Si hubiera tenido una pluma pelín más ágil y contenida (o mucho mejor, si el añorado Joan Perucho hubiera dispuesto de este material) estaríamos ante un texto absolutamente impagable, pero tal como está ya es una gozada, no se arredren por los circunloquios narrativos y me lo agradecerán.
Por cierto, que la indagación me ha recordado en cierto modo a esta otra que hice yo hace un tiempo.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Coño, coño, coño
Pero qué razón tiene...
Yo iba a decir lo mismo, de hecho. Y sin haber leído periódico alguno. Sólo olfateando el aire. Que bastaba.
Yo iba a decir lo mismo, de hecho. Y sin haber leído periódico alguno. Sólo olfateando el aire. Que bastaba.
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