viernes, 18 de enero de 2008

Dirección y sentido

(Leo en el por tantas cosas admirable Eça de Queiroz una imagen que me hace chirriar los engranajes del pensamiento: los olivos del huerto de Getsemaní, benditos por haber dado sombra al Cristo. Eso no funciona así, eso está mal).

Podemos postular que el quebrado deslizarse de una sombra funesta por una fachada o por el ruedo de una falda baste para traer la desdicha a unas vidas inocentes y ajenas; cuesta mucho más imaginar, en cambio, un árbol que se agostase cuando una presencia oscura atravesara bajo su copa. El rayo de luz que abre la puerta del tesoro, la corriente de aire que hace revivir, la lluvia de oro que fecundó a Dánae no pueden discurrir de abajo a arriba. Lo que se derrama, lo que irradia, lo que viene de lo alto es intangible y ecuánime a fuerza de indiferente: que el sol brilla para todos es algo más que un lugar común. Un chaparrón súbito lava cualquier suciedad o culpa, pero es imposible contaminar a la lluvia.

3 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Una de las más admirables entradas que te he leído, Ignacio. La última frase es preciosa. Y sin embargo... quizá a mí no me chirríe la imagen de Eça porque creo que Jesús, aunque a la sombra de los olivos, venía de y estaba mucho más alto que los árboles. En cualquier caso, qué buen rato he echado leyéndote, y pensadoos a Eça de Queiroz y a ti. Gracias.

Brian dijo...

Y sin embargo la lluvia se contamina cuando lava la atmósfera...

Ignacio dijo...

Brian, no le he contestado aún porque lo estoy rumiando. Una objeción de peso, de veras.

La respuesta, adelanto, será que sí y no.