viernes, 27 de marzo de 2009

Un texto impresionante

En un blog al que llego un poco de rebote me encuentro reproducido el prólogo que escribió Manuel Chaves Nogales para su libro de relatos A sangre y fuego. Muy necesario, y de pasmosa actualidad.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Vanitas vanitatis

Ayer me coloqué en mi estantería (impecablemente alfabética desde hace un tiempo). Quedo entre Henry James y Juan Ramón Jiménez, que no es desde luego mala ubicación.

Inmediatamente se echa uno a pensar en las carencias: a un lado me salen, a bote pronto, Jammes (un librito suyo, indeciblemente cursi, no pasó el último donoso escrutinio), Jardiel -pecado grave, lo sé-, Jarnés (que me da má igual)... al otro, el bueno de Jerome K. Jerome.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Sobre la no-escritura

No se trata del silencio olímpico de Bartleby, ni de la renuncia de Rimbaud a favor de la vida, ni siquiera de la impotencia derivada de un exceso de lucidez que golpeó a Lord Chandos. Con los ilustres renunciantes que recopila Vila Matas no tienen los no-escritores más que uno de esos parentescos dudosos y medio bastardeados que avergüenzan a una rama y traen más o menos al fresco a la otra.

Es una mezcla de pereza, irresolución y autoexigencia, una inacción no planeada ni deseada pero de la que uno se siente secretamente orgulloso. Desdén -pero nunca desprecio, si se admite el distingo- por el trabajo de carpintería, querencia –a la fuerza ahorcan- por las piezas cortas vagamente relacionadas entre sí, las series discontinuas, los comienzos abandonados. Y siempre una voluntad de ocultación, un pudor concienzudo, un terror desproporcionado a todo lo que suene a retórica; la invisibilidad como aspiración última.

Encabecé mi primer blog con esta cita de Monterroso:
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea,
pero no fue hasta un tiempo después que di con Marcel Bénabou, indisputable santo patrón de los no-escritores, el hermano mayor que no sabía que tenía. Por otro lado siempre tuve una afinidad con Bernardo Soares: una voz de la que se ha sustraído el raciocinio y la afectividad tiene que atraer a cualquier no-escritor que se precie. Pero era una referencia demasiado alta, sofocante, paralizadora. Me gustó dar con el Barón de Teive, heterónimo discreto y elusivo, no-escritor de raza.

Recopilo todo esto porque el otro día me golpeó por sorpresa el inconfundible aire de familia en un viejo conocido. Juan Avellana es uno de los pocos escritores de verdad que uno conoce en esto de los blogs. Poco a poco, a paso lento pero sabiendo muy bien lo que hace, va construyendo una obra traslúcida, compacta y leve como una de esas celosías maravillosas de los mogules.

Lo que de familiar me he encontrado en él de repente no es sólo la reivindicación de una cierta forma de silencio, de inacción, de renuncia al sentido, sino sobre todo la manera reticente, pudorosa, espiral de afirmarse en ella. Porque bien pudiera ser que se tratara de otra cosa, porque no vayan a creer ustedes que es todo precisamente así como digo, porque hay trampas a uno y otro lado y raro será que no estemos metidos de lleno en alguna.

Si no fuese un retorcimiento vanidoso para hacer de la necesidad virtud, incluso así, parece un empeño dudosísimo. Hay que esquivar el ascetismo, que es una forma de sentido; la contemplación, el zen, el recogimiento, la estupidez, el arte povera, el pop o la ironía, por enumerar algunos peligros de confusión por vecindad. Para evitarlos es precisa una firme perseverancia en el estilo, y así no es posible fabricar un vacío limpio de dobleces románticas. Porque eso no es el viento que pasa entre las hierbas de un descampado, sino el vacío de una instalación minimalista en un museo, digamos: una ausencia notoria, un hueco lleno de sentido que discursea sobre la terca voluntad de estilo que, a fin de cuentas, lo ha engendrado.

Y ese afán de borrarse que no es menos sincero por chocar de frente con el hecho de escribir en público, cómo no iba a devolverme un eco propio si cuando he logrado escribir algo más seguido ha sido dándole voz a un paseante invisible.

A mis tres o cuatro lectores les sobra sagacidad para advertir que no hay nada de modestia en todo esto, pero por si pasara por aquí algún despistado señalo lo evidente: un verdadero no-escritor se cambiaría sin dudarlo por Balzac, pero por casi nadie más. Porque en el fondo sabe que:

...dando un paso a derecha y otro a izquierda, de tanto enderezarse, de tanto fingir, a veces uno se encuentra sinceramente siendo.